Visto y Oído
Francisco Andrés Gallardo
Tiempo raro
Hace unos días, con el objetivo de dar unas palabras en un acto a la mujer trabajadora, una amiga me preguntó mi opinión acerca de si las dificultades en la conciliación podían suponer problemas en la salud mental de las mujeres. Mi respuesta fue tajantemente afirmativa, pero al encargarme un documento que respaldara la hipótesis, me pareció necesario hacerlo con rigor científico. Al indagar y ver cuántos estudios hay sobre el tema, decidí escribir sobre esto con el conocimiento personal además vivido.
Llevamos décadas incorporadas al mundo laboral, sin embargo, seguimos arrastrando estereotipos de género que nos impone la realización de las tareas de casa y el cuidado de los hijos y que tiene que ver con las emociones, con la carga simbólica de la ideología del amor y el sacrificio por los demás y que provocan más cansancio que la propia ejecución de las tareas. No es sólo la carga física que supone llevar casa y trabajo, también es la carga mental, no cuantificada ni siquiera consciente, que supone llevar todo a cuestas: horarios, comidas, súper, ropa, tareas del cole, médicos, citas varias… y por supuesto llegar al trabajo y empezar con otra obligación, aunque eso para muchas de nosotras a veces supone una liberación de esa agotadora coordinación del día a día.
Es cierto que trabajar fuera de casa es necesario y beneficioso para todos. Según los estudios consultados, tiene efectos positivos en la familia aportando satisfacción especialmente a los hijos y también tiene beneficios en la mujer como aumentar su autoestima, su autonomía, su independencia y colabora en la participación de la vida pública, considerándose todos ellos factores protectores para la salud mental de las mujeres. Tener un ingreso propio nos da la posibilidad de actuar y tomar nuestras decisiones pero, sobre todo, salir de la rutina de la casa que en muchas ocasiones nos agobia. Porque la rutina de la casa sigue siendo mayoritariamente nuestra.
Sin embargo, remolcamos un sistema de creencias que nos lastra: las expectativas sociales hacia nosotras en el sentido de que se espera que construyamos un proyecto de vida alrededor de la maternidad y la pareja. Esas esperanzas impuestas se convierten en barreras subjetivas porque entramos en conflicto cuando nuestros deseos u oportunidades cambian hacia el desempeño de roles, bien sea en el hogar o en el ámbito laboral por querer desarrollar una carrera profesional con más actividad o más responsabilidad. Nos culpabilizamos y nos sentimos, o nos hacen sentir, como que descuidamos a nuestra familia por trabajar más horas de lo establecido como socialmente correcto. Y aquí vienen las etiquetas que más de una hemos sufrido de “mala madre” por trabajar o buscar tiempo para tí y de “padrazo” por hacer tareas comunes que deben estar superadas.
¿Que si influye en la salud mental?, por favor, es obvio. Todo lo que supone carga emocional nos genera estrés y llegado un punto hasta ansiedad. Este doble discurso de aceptación y reprobación genera tensión en la vida de las mujeres, y nos lleva a sobreexigirnos para hacer compatibles la esfera laboral con la familiar, asumiendo así, dobles y hasta triples jornadas de trabajo, y poder responder así a los requerimientos de ambos escenarios, a costa de nuestro deterioro físico, emocional y mental. Son varios los estudios que lo ponen de manifiesto. Es esa doble moral social que, por un lado, acepta el trabajo remunerado de las mujeres, y por el otro, reprueba el hecho de que salgan de casa a trabajar, pues se nos adjudica el descuido de los hijos y sus posibles consecuencias.
Este escenario nos puede ayudar a comprender el impacto negativo en la salud mental de las mujeres objetivando, en algunos estudios, una mayor presencia de trastornos mentales entre las mujeres, como la depresión, la ansiedad, quejas somáticas, agotamiento y sensación de baja energía que, si bien se asocian a la sobrecarga de trabajo, también reportan mayor vulnerabilidad en aquellas que tienen condiciones laborales más precarias. Las mujeres con una economía más privilegiada son quienes pueden hacer frente a las dobles jornadas de trabajo, por medio de la contratación de otras personas que realicen las tareas de casa o el cuidado de los hijos, algo que sin duda libera del trabajo, aunque no de esa carga invisible de organización doméstica que ya he comentado.
Es decir, el que las mujeres se hayan incorporado a la escena laboral no ha generado un cambio en la estructura de los géneros a nivel familiar y de pareja, al contrario, esto parece recrudecer las desigualdades entre ambos sexos al conservar valores tradicionales, reflejándose una inequidad en términos de tiempo y esfuerzo. Y es que es un tema que no sólo requiere del apoyo de la pareja, también necesita de políticas sociales que empujen al cambio social. Las organizaciones deben adoptar medidas que no sean dirigidas en exclusiva a la mujer: el tema de la conciliación va más allá de un problema privado que contempla el bienestar subjetivo, la satisfacción laboral y otros indicadores de la calidad de vida; su mayor aporte es en términos de una equidad social y de género que promueva la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres en las diferentes esferas de vida. Y debe ser impulsado por el sistema político.
No vamos a avanzar con esas creencias y la pirámide poblacional seguirá en descenso. Todos somos importantes en casa, tenemos que cuidarnos unos a otros, podemos trabajar y encargarnos de las tareas comunes y del cuidado de los demás. El hecho de trabajar fuera de la casa no representa necesariamente conflictos para las mujeres si se acompaña de comprensión y de verdad reparto de las obligaciones domésticas familiares, si de verdad existe la CO-responsabilidad y de verdad educamos en ella. Creyendo en la responsabilidad común y educando en ella es como conseguiremos de verdad la igualdad en la sociedad.
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