Si algo bueno sale de todo esto futbolísticamente hablando, no tengo ninguna duda de que va a estar en el impulso que la crisis económica que acecha a la vuelta de la esquina va a dar al fútbol base, a los equipos de cantera y a los clubes de los que tradicionalmente se han nutrido los equipos profesionales.

Otras cosas se le podrán afear a Luis Rubiales, pero no podrá negarse que aquel lateral izquierdo del Lleida al que Paco Gallardo le hizo un nudo en las piernas una calurosísima mañana de septiembre en el Sánchez-Pizjuán está por la labor de ayudar al fútbol de antaño, a todos los clubes modestos a los que les está inyectando recursos económicos premiando ascensos para fomentar su crecimiento y dándoles mucha visibilidad en la Copa del Rey.

Ya lo han avisado Monchi y otros directores deportivos: el fútbol que viene va a ser muy distinto al que hemos conocido en los últimos años y parece que los grandes dispendios van a tardar en volver a verse por aquí, o, si se dejan ver, serán pocos.

Ojalá la fiebre por las parabólicas y por la liga bielorrusa -por citar a la única en la que se está jugando- amaine en favor del fútbol nuestro, de los talentos que nacen y se hacen en nuestros clubes, que se captan en los campos de pueblo y que se pulen en esas instalaciones con las que luego se nos llena la boca para presumir de Joaquines y Jesuses Navas.

De la cantera sólo nos acordamos en épocas de vacas flacas y, lo dicho, cuando hay que presumir, por lo que puede que llegue a partir de ahora una bonita época para los románticos de ese fútbol que de momento no llega a las pantallas, ni con parabólicas.

Sacar adelante a jugadores nuestros hará posible que en unos años se generen derechos de formación por un tubo y que se activen mecanismos de solidaridad de la FIFA. Y con ello, que muchos clubes puedan subsistir sin depender de la venta de papeletas.