La ventana
Luis Carlos Peris
Sevilla, una Venecia del interior
Ya voy tarde. Quedan tres semanas para el Domingo de Ramos y el tiempo se echa encima. Todavía no he sacado las túnicas. ¡Ay! No quiero ni pensarlo. Sí, sí, las túnicas... que son seis. Y hay que hacer las pruebas. ¡Este niño ha crecido mucho! Ese escudo hay que cambiarlo que ya no se ven los bordados, que no se me olvide descoser los botones antes de llevarlas a la tintorería. ¿Y las zapatillas? ¿Dónde están? Busco en el altillo del cuarto de Manuel. No están. Voy al cuarto de Sofía, tampoco. El corazón se me acelera. ¿Dónde están las puñeteras zapatillas?, me pregunto en voz alta. Aparecen en el fondo del armario del cuarto trastero. ¿Quién las ha puesto ahí? Yo desde luego no. Aquí están los guantes, menos mal. Y los cíngulos. Y las papeletas de sitio de 2018... Son como años que arrancas del calendario.
El tiempo pasa veloz. Y lo ves cada Semana Santa en la línea de ese dobladillo que acabas de sacar. Me llama Paco Vélez: "Charo, el día 3 te espero para la entrega de los premios del Consejo". Miro la agenda, pregunto a mi camarlenga, la gran Esther Menacho. "Charo, tienes dos cosas ese día". Me gustaría tener el don de la ubicuidad. ¡Los capirotes! ¡Me acabo de acordar que este año hay que hacerlos nuevos! Sofía los quiere de rejilla. Esta semana no puedo ir. Iré el próximo lunes antes de acudir a la Cámara de Comercio al acto de El pregón antes y después. Sí, sí, me da tiempo, seguro. Y después que no se me olvide ir a la entrega del Homo Cofrade en la Raza. "Esther, apúntalo".
Y hay que hacer la lista del súper para la Semana Santa. Sigo hablando en voz alta. A ver… avíos para el caldo del puchero, espinacas, garbanzos, leche, filetes de pollo, empanadas… ¡Los trajes de chaqueta! ¡Que se me habían olvidado! Bueno que los organicen ellos y los dejen colgados en el perchero. Me llama Manolo: "Charo tienes que ensayar el Pregón". ¿Cómo? Usted me entiende. Seguro que me entiende.
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