Análisis

Santiago Sánchez Traver

Periodista

Sevilla, ciudad “reservada”

El autor advierte cómo está cambiando el estilo de vida de los sevillanos con determinadas actitudes encontradas y extendidas en una mayoría de establecimientos

Sevilla, ciudad “reservada”

Sevilla, ciudad “reservada” / D. S.

JUEVES de noviembre, cayendo “la mundial”, se le ocurre a un sevillano atender a un visitante alicantino y le ofrece una cerveza en el próximo, tradicional y sevillanísimo Vizcaíno, una de las pocas bodegas que quedan en Sevilla, con parroquianos, vecinos, poetas y gentes de mal vivir. Al ir a pedir la consumición el camarero advierte, “en ese taburete, no, está reservado”. Y, en efecto, un cartelito aclara “Reservado a las 21:45”. No es broma, es una anécdota real, incluido el día de la semana, la lluvia incesante y la hora con esa precisión matemática. Estamos locos.

Puede decirse que es una anécdota, pero la cuestión es que ya ha pasado a categoría, como trataré de explicar. Porque ya no hablamos de un restaurante de postín, de un bar de comidas más o menos formales y respetables, sino de una bodega popular de toma la cerveza – o el vermut, con sifón, of course– y corre. Ni siquiera hablamos de El Rinconcillo, con colas de guiris durante horas en la puerta y vetado para los clientes locales. En Sevilla, por mor de la pandemia y de la invasión turística estamos llegando al absurdo. Que no sería el problema, lo del absurdo para Arrabal y los representantes de tan digno movimiento teatral. El problema es que este sistema de “reserva o no te tomas nada” se está cargando un sistema de relaciones, una filosofía de vida: la del sevillano que baja, cuando le apetece, a tomarse una cerveza y encontrarse, casualmente, con un vecino, bético o sevillista, de la Macarena o de Triana, y poder charlar de cualquier cosa.

Y esto, que empezó pasando en restaurantes, pasó a los bares de tapas y ahora llega a las tabernas, hasta el punto de tener que reservar ese maldito taburete, comprobado en otras bodegas de botellín como La Esclavina. Para tomarse una cerveza con tapa, en el centro y barrios aledaños, el sevillano tiene que haberlo decidido, al menos con 24 horas de antelación y hacer la consiguiente reserva. O irse a un barrio, donde todavía se practican estas costumbres de sevillanía, por cierto. exportadas desde aquí a todo el mundo, lo de la copa y la tapa.

Me niego a hacer reservas y animo a los que me sigan a que se nieguen a hacer reservas para ello, propiciando el boicot a los sitios de reserva. También animo a dueños de locales a que se atrevan a imponer el cartelito “Aquí no se reserva”. Y podríamos ir haciendo una lista de bodegas, bares de tapas, restaurantes y bares de copas donde no sea necesario hacer reservas. Tenemos que defender nuestro estilo de vida y dejárselo a los que vienen. Y eso incluye no hacer reservas más que en caso absolutamente necesario.

Lo de la reserva, además, tiene “trucos”. Si uno va a un local con su pareja sin haber reservado previamente se encuentra, con total seguridad, con todas las mesas reservadas. Eso si van dos o tres personas, si van más de cuatro o un grupo grande en seguida se juntan las mesas “reservadas” que haga falta para hacerles sitio, aunque no tengan reserva. De igual manera, si uno llama por teléfono para reservar mesa para dos es muy probable que le digan que no hay sitio en toda la semana. Si son cuatro o más personas no tienen problema.

Y ahora viene otra, la de los precios. Por qué hay que pagar una caña de cerveza a tres euros y un tinto, “riojita” que dicen los camareros, a cuatro o cinco euros, si la botella vale un euro con sesenta. Pues hay que pagarlo porque los guiris lo pagan bien contentos, porque en su tierra es mucho más caro el alcohol en la calle. Me viene al pelo decir que en Lisboa los restauradores y dueños de bares tenían la costumbre –no sé si seguirá– de tener dos precios, el de los turistas y el de los clientes locales, tres veces menor.

Se atrevería algún bar de Sevilla a tomar esa medida. Me temo que no. Pero insisto, a lo del precio habrá que acostumbrarse, pero en lo de cargarse nuestro sistema de vida, de relación, de conocimiento y de participación, me niego: No a las reservas. Es posible que esto que escribo siente mal a muchos hosteleros de Sevilla, e incluso admito que me pongan en su lista negra. Pero no estoy defendiendo mi derecho a consumir en un bar, sino el estilo de vida de todos los sevillanos.

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