Atención al cantante El Sevilla, cuando a las nueve y media de cada mañana pontifica desde su casa en riguroso directo durante sus diez minutos de gloria en el programa despertador de Alfonso Arús, Aruseros. Porque dice mucha verdad.

Sucedió ayer miércoles cuando, refiriéndose al requerimiento de la Fiscalía belga que solicitaba que la copia traducida de la sentencia del procés, dado que en lengua española no se entendía bien, el cantante de Mojinos Escozíos se hacía cruces ante semejante paradoja. En plena torre de Babel, argumentaba, allá donde más idiomas se hablan, resulta que no entienden un texto en español, que es la segunda lengua más hablada del mundo, después del chino.

Y entonces El Sevilla hacía alusión a una palabra del castellano, clara y rotunda: gilipollas. Y sin querer señalar a nadie, porque como muy bien especificaba el rótulo con el tema al que se estaba refiriendo ("ésta no es mi guerra"), él ni entraba ni salía en cuestión tan espinosa, pero con la sinceridad que le caracteriza y con el sentido común por bandera, manifestaba con toda la ironía de la que era capaz, sobradamente contrastada, el absurdo a que nos somete el estado de las cosas.

En medio de tantos discursos almibarados, de tanto dar vueltas a un tema tan viciado y cronificado como el de Cataluña, y por qué no decirlo, que tanta crispación me produce como espectador, después de horas y horas de informativos de La Sexta, de Ferreras, de Wyoming y Buenafuente (ay, ese Estado Español) de cascabeles, Marc Sala y sus colaboradores en la tertulia nocturna del 24 Horas, de Piqueras y de Vallés, y hasta de Carlos Franganillo y Paula Sainz-Pardo, tuvo que llegar El Sevilla a la hora del desayuno, entre tostadas de pan con tomate, para arrancarme una sonrisa cómplice después de tanto estupor acumulado en torno a una Cataluña en un callejón sin salida.

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