Para un español es inevitable encontrar similitudes entre la UE, que va a sufrir un desgarro con el Brexit, la pérdida de uno de sus miembros, y una España que no va a perder Cataluña porque no se va a permitir, pero sufre el desafecto de los independentistas, una cuestión que va más allá de las circunstancias puramente políticas pues tiene que ver con las cuestiones del corazón, las sentimentales. Sin embargo, en contra de lo que podríamos creer, en los pasillos del Parlamento Europeo no se habla de Cataluña a no ser que se pregunte, y no solo porque consideran que se trata de un problema interno de España, sino porque existe la convicción de que nadie puede tomarse las leyes a título de inventario y saltarse la Constitución. Nadie serio puede aceptar que un región decida escindirse, independizarse, porque una parte de su ciudadanía con unos políticos irresponsables al frente, sean capaces de echar por tierra el Estado de Derecho.

En cierto sentido tranquiliza comprobar la firmeza de una institución como la UE ante un problema que hoy preocupa a España porque se trata ni más ni menos que de un golpe de Estado en toda regla aunque sin uniformes ni tanquetas.

Las ansias de reconocimiento internacional de los independentistas no se han concretado no solo aquí sino en ninguno de los muchos países democráticos tanteados por Puigdemont, Mas y Romeva para buscar algo más que unas fotografías de saludo. Algunos europarlamentarios dicen abiertamente que la imagen de Rajoy se ha potenciado precisamente por la firmeza que ha demostrado ante el reto que le plantean los independentistas catalanes. Por cierto, tienen también comentarios de elogio hacia la posición de Sánchez de apoyo al Gobierno en una circunstancia tan delicada.

A Puigdemont se le agravan todos los frentes: el institucional, el constitucional, el judicial … y el europeo.

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