A nadie se le escapa que lo que el lunes se vivió en la calle durante los traslados de la imagen del crucificado de Pires Azcárraga fue un ejercicio de crecimiento, con forma de lema vital para muchos de sus cofrades: “Los Javieres que somos, Los Javieres que quieres”. Hace 50 años, la hermandad tiritaba sin abrigo alguno de los Jesuitas en la antigua calle de las Palmas. Desde allí dimos el salto a Ómnium Sanctórum. De aquellos Javieres que fuimos o intentamos ser, a los que somos ahora, hay un abismo de retorno insalvable. Han sido muchos los esfuerzos, y anteayer se manifestaron patentemente.

Más Almas, era el lema de los misioneros jesuitas en su afán evangelizador por los confines de Oriente. Ayer, el crucificado moreno y expresivo, las iba reclamando, erguido, volviendo el rostro a quienes le contemplaban en esa miniatura de su paso que le obligaba a pasar mucho más cerca de todos. Más Almas en las juras de hermanos previas al Vía Crucis, más en las calles animadas por el día festivo pero algo subyugadas por el frío pamplonés que tan propio nos resultaba a los hijos y tocayos de San Francisco Javier.

Las estampas hablan por sí solas. Más allá de las repetidas en los mismos escenarios de Semana Santa, la novedad del paso del Cristo por las calles Amparo y Misericordia, ante una capilla de la Divina Pastora, otrora Hospital de los Viejos, que antes de ser abandonado llegó a plantearse como posible casa para Los Javieres. Un cortejo extenso y poblado de rostros: Maruja Vilches y sus Márquez, Lorenzo Fernández, Gerardo Valencia, Manuel Jesús Roldán, los Zayas y los Palacios con su medalla de oro. Los que no estaban en su lugar, lo esperaban en sus casas. Otros, desde el cielo, oteaban una fila de cirios negros –hubiera preferido que fueran tiniebla– que llevaba a la Catedral al Cristo portugués y trianero que se hizo vecino de la calle Ancha. Más Almas siempre para Él.