El tipo de cambio nos dice cuántas unidades de una moneda hay que entregar para conseguir una unidad de otra. Hace un año 1 euro se cambiaba por 1,18 dólares; ahora la paridad está en torno a 1, lo que significa que el dólar se ha revalorizado (apreciado) y el euro ha perdido valor (depreciado) y se tiene la sensación de que se trata de una mala noticia para la Eurozona. En realidad, la depreciación del euro tiene cosas buenas y malas y el balance depende del momento que atraviese la economía.

Hay gobiernos que intervienen en el mercado de divisas vendiendo su propia moneda para abaratarla y mejorar su competitividad. Una moneda débil hace que las exportaciones resulten más baratas al comprador que puede pagar con una moneda fuerte y que las importaciones en divisas se encarezcan y ambas circunstancias mejoran la competitividad y la balanza comercial. También se beneficia el turismo, pero no todo son ventajas.

Un país endeudado en moneda extranjera se verá perjudicado a la hora de hacer frente a sus compromisos de pago y si depende del capital internacional para cubrir sus necesidades financieras, entonces la depreciación provocará el endurecimiento de las condiciones de financiación. Todavía puede ser peor si el país en cuestión tiene una inflación elevada, puesto que al encarecerse las importaciones aumenta la tensión sobre los precios y el problema de inflación se agrava.

En la depreciación del euro frente al dólar influye lógicamente la subida de tipos de interés en Estados Unidos, que ha sido anterior y más intensa que en Europa. Esto explicaría la fuerte caída de la divisa europea en lo que va de año (un 20%), pero no parece suficiente para entender que haya seguido cayendo tras el anuncio de la primera subida de tipos por el BCE en julio y cuando los mercados ya descuentan que en septiembre habrá nuevas subidas. Las nuevas explicaciones hay que buscarlas en la sensibilidad del capital internacional a dos elementos de incertidumbre. Por un lado, el oscuro panorama energético para el otoño y su posible contribución a una recesión más dura de lo que, por el momento, adelantan las previsiones. Por otro lado, la inflación y el endurecimiento de las condiciones monetarias por parte del BCE. Los pronósticos sobre los precios se mantienen optimistas de carta a la última parte del año y para el que viene, pero la inseguridad del contexto se convierte en un nuevo fleco de amenaza de recesión y en estas condiciones el dólar consigue desplegar plenamente sus atractivos como moneda refugio.

En la depreciación del euro influyen, por tanto, las incertidumbres sobre el futuro de la economía europea y el temor a mayores restricciones monetarias por parte del BCE, pero sobre todo la vieja preferencia del capital internacional por el refugio seguro cuando la percepción de riesgo aumenta. Parece razonable, por tanto, esperar un saldo neto de consecuencias desventajosas de la depreciación, probablemente bastante mayor del que habría sido un año antes. También que serán tanto peores, cuanto mayor los niveles de endeudamiento e inflación, lo que invita a pensar que la economía española podría resultar especialmente perjudicada.

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