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Martín

Alegoría, luto y Soledad

La jornada más joven. La reforma litúrgica de 1956 ajustó mejor las ceremonias a los tiempos históricos · Dos hermandades se segregaron del Viernes Santo para crear el Sábado Santo

MUCHO tiempo atrás, era posible en este Viernes contemplar la Expiración de Cristo a las dos orillas del río, ver el llanto de dos Soledades por las calles de Sevilla o trasladarse de la Mortaja de Jesús al Santo Entierro, en ceremonia, en este caso, plagada de ritos teatrales que algún purista hodierno podría calificar de poco sevillana.

Hace unos años, no muchos si contemplamos el tiempo con perspectiva histórica, mañana sería sábado de gloria. La Iglesia anticipaba a las primeras horas de esa jornada la vigilia pascual y con ella, la alegría de la resurrección. La reforma litúrgica preconciliar de 1956 ajustó mejor las ceremonias a los tiempos históricos y devolvió la que es considerada por los padres de la Iglesia como madre de todos los actos públicos de culto cristiano a su lugar original y al momento más adecuado a la narración evangélica. Surgió así el Sábado Santo, un día alitúrgico, el único del año, sin misas y de iglesias cerradas. La Semana Santa sevillana, en expansión desde principios del siglo XX, ocupó el espacio que se le ofrecía, segregando del Viernes Santo dos hermandades que representan los misterios posteriores a la muerte de Jesús, el Santo Entierro y la Soledad, la cual conservó su privilegiado lugar de cierre de las estaciones de penitencia. A ellas se añadió la del Sagrado Decreto, de modo que se vino a configurar un día singular que además de prolongar la conmemoración del Viernes Santo constituye, alfa y omega, una síntesis de la semana pasional. Las incorporaciones de otras hermandades a la jornada, como la cofradía Servita la cual, con su solemnidad y buen hacer, demuestra cada año que el clasicismo no exige antigüedad y la muy reciente de la Hermandad del Sol, cargada de entusiasmo y simbolismo, han tenido el acierto de preservar y enriquecer la homogénea identidad del día más joven de nuestra Semana Mayor.

Este sábado es día que invita a la reflexión sobre todo aquello que se ha vivido en las jornadas anteriores. Quienes permanecen en la ciudad y se animan a salir a sus calles, participan de esa nostálgica plenitud que inunda el sábado, en la que se entremezclan recuerdos del presente y del pasado, y que les invita a compartir los más sentidos con quienes les rodean o a buscar, por Francos, por Argote de Molina o por Cardenal Spínola, añoranzas de un tiempo viejo no invadido aún por masas sin criterio ni acotaciones innecesarias.

Es día alegórico, de plástica representación, cargada de simbolismo, de los conceptos clave de la fe. Se conservan en él, en apretada síntesis, de resonancias barrocas y sabor tridentino, tres escenas que fijan los ejes focales de la pasión de Jesús. El Sagrado Decreto, momento atemporal, porque pertenece a lo eterno, en el que la Santísimo Trinidad decide la redención de la humanidad; el pasaje de Cristo abrazado a la cruz, donde toda la pasión se condensa en ese varón descrito por el profeta Isaías (Is. 53, 3) -despreciado, desechado por los hombres, varón de dolores y habituado al sufrimiento, como alguien ante quien se aparta el rostro, tan despreciado, que lo tuvimos por nada- y la escena del triunfo de la Santa Cruz -la muerte venció a la muerte-. De este modo, el sábado transmite, como una epifonema, la quintaesencia del mensaje recibido desde el Domingo de Ramos hasta hoy.

Es día de luto. Se mantiene el dolor del Viernes Santo. Jesús aún no ha resucitado y yace en el sepulcro custodiado por la guardia romana que mandó poner Pilato. Se puede contemplar la escena en la mañana de este día, en San Gregorio, al tiempo que se presencia el duelo de los deudos del Nazareno ante María. Por la tarde, como también ocurre en el Corpus, Sevilla, la oficial y aparente, se echa a la calle para ver y para ser vista y, así, integrarán el cortejo fúnebre de Cristo muchos que en otras circunstancias tal vez han podido defender el confinamiento de la fe dentro de las sacristías o su reducción al ámbito privado.

Es día, en fin, de soledad. Soledad de la humanidad, ante la experiencia todavía incomprensible del sufrimiento, pues aunque ya ha sido asumido por Jesús en el madero, la cruz es aún locura o necedad hasta que llegue la resurrección; soledad de los cristianos, que durante esta jornada sin sagrarios no tienen físicamente al maestro junto a ellos y Soledad de María, en este día que es de ella -hasta siete representaciones suyas procesionan en las cinco cofradías sabatinas-. Soledad de María en su Esperanza, con la que consuela a quienes le acompañan en el duelo, soledad al abrazar al hijo muerto, soledad en la callada conversación con los dos únicos amigos fieles que le quedan y Soledad de la que permanece firme ante la cruz vacía, a la que cantó la saeta que escuchó un viejo amigo hace ya años en San Lorenzo:

De la pasión afrentosa,

de tu divino Jesús,

sólo te quedan tres cosas:

tu soledad, una cruz

y esas espinas sin rosas.

Serrano Vicente

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