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Visto y oído

Antonio / Sempere

Amenábar

LA candidatura de Madrid 2016 debería plantearse muy en serio fichar a Alejandro Amenábar como director de las ceremonias. Su experiencia en Agora, movimientos de masas incluidos, le avala para semejante reto. Sea en el 2016 o se aplace hasta el 2020, si finalmente el COI estima que Londres está demasiado cerca de Madrid.

El trabajo de Zhang Yimou fue irreprochable, y concitó elogios unánimes. Aunque algunos, como Lluís Bassats, presidente de las ceremonias de Barcelona 92, echó de menos un punto de emoción. Para paliar ese déficit, qué mejor que contar con el más spielbergiano de los directores en activo. Alejandro Amenábar, siempre, termina apelando a las emociones y a los sentimientos. Por si fuera poco, cuenta con otra cualidad muy necesaria para coordinar una ceremonia olímpica. Goza como pocos la música incidental. Es un diletante de las bandas sonoras, tiene una intuición musical inaudita, y conoce como pocos los entresijos de todas las músicas, dietéticas y extradiegéticas, aplicadas a la imagen.

Cuando, por motivos políticos, Steven Spielberg renunció a dirigir las ceremonias de Pekín, supimos que peligraba el componente sentimental. Dejando a Zhang Yimou al frente, estaban garantizados el espectáculo y la desmesura, pero se corría el riesgo de que las ceremonias careciesen de chantajes o anclajes (que para el caso son sinónimos) emocionales. El mejor dotado de nuestros cineastas, y como demostrará en Agora, y hablo a nivel planetario, el más capaz a la hora de compaginar gigantismo y emociones, debería ser tenido en cuenta para dirigir una ceremonia que puede convertirse, a un tiempo, en reto mediático y en rito iniciático. De esos que sólo surgen una vez en la vida. Él puede y alguien tiene que empujarle.

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