Alto y claro

josé Antonio / carrizosa

Caricatura de Sevilla

SEVILLA vista desde fuera, y muchas veces también desde dentro, es una caricatura. Quizás sea porque todavía no hemos sido capaces de sacudirnos los estereotipos que de nosotros dibujaron los viajeros románticos del XIX y que se inmortalizaron en óperas como Carmen, pero lo cierto es que la ciudad y sus personajes ofrecen de manera periódica espectáculos muy del gusto de los medios de Madrid que ahondan en todas las ideas preconcebidas y rancias sobre esta ciudad. Seguro que mucha de la culpa nos corresponde a nosotros mismos. Sevilla ha contribuido a forjar desde hace ya demasiadas décadas una imagen deformada. El espectáculo que nos pone en el escaparate puede ser desde el ingreso en prisión de una cantante de bata de cola o un torero hasta la muerte de la duquesa más duquesa que han conocido las Españas. La cuestión es mostrar que somos todavía una ciudad de opereta y que nuestra escala de valores poco o nada tiene que ver con la que es común a las sociedades más modernas y avanzadas. Insisto, y creo que no me equivoco, en que la principal responsabilidad de que esto sea así la tenemos los propios sevillanos: la imagen de indolencia, clasismo, entrega a la aristocracia y a la religiosidad entendida desde lo folclórico y permanente sensación de sesteo no habría alcanzado la buena salud que hoy tiene si desde Sevilla se hubiera hecho un esfuerzo para contrarrestarla con realidades que existen pero que permanecen casi ocultas bajo el reflejo de ese espejo deformado que tan indiferente nos deja aquí y que tanto nos perjudica fuera. Que se lo pregunten en el campo empresarial a un Felipe Benjumea o a un José Moya, en el campo científico a un José López Barneo o incluso en el campo del mecenazgo cultural y social a una institución, tan representativa de esa Sevilla desdibujada desde fuera, como es la Real Maestranza de Caballería. Si a Sevilla se la conoce mucho más por los líos de la Pantoja que por los logros en medio mundo de Abengoa es porque nos hemos empeñado en hacer muchas cosas mal.

Estos días Sevilla vuelve a ser escenario de uno de esos episodios que nos ponen en el escaparate del peor cotilleo. Los medios nacionales se han lanzado con verdadera fruición sobre la historia del psiquiatra Javier Criado, uno los médicos más conocidos de la ciudad, que ha sido acusado por un grupo de mujeres de la sociedad sevillana, dieciocho hasta ahora, de haberlas sometidos a abusos en su consulta, unas prácticas que se habría estado cometiendo desde hace décadas y que sólo ahora se han denunciado públicamente. Lo que ha salido a la luz es ciertamente grave y si se demuestran los hechos la Justicia debe actuar con contundencia contra el culpable. El caso está siendo tratado con una enorme frivolidad. La mezcla de sexo, apellidos ilustres y Semana Santa -el psiquiatra es hermano mayor de Pasión- ha disparado la expectación y raro es el periódico nacional o el programa de televisión donde estos días no se le está dedicando muchos titulares y muchos minutos al asunto. Ello sin que todavía ningún juez conozca del caso y sin que hayan trascendido más que de forma muy parcial alguna declaración de las afectadas. Actitud que contrasta, por cierto, con el comedimiento con el que el tema se está tratando en Sevilla, donde se sabe que están en cuestión cosas con las que jugar y especular es tan irresponsable como mezquino.

Pero no se trata aquí de juzgar lo que ocurre en torno al caso de Javier Criado, en el que lo primero que hay que hacer es dejar trabajar a los jueces, sino de constatar una vez más que Sevilla tiene un problema de imagen que la condiciona y que la lastra. Si lo que relatamos hubiera sucedido en Santander o Valencia pueden estar seguros de que el tratamiento estaría siendo otro. La frivolidad no es una buena tarjeta de presentación y alguien se tendría que tomar en serio estos asuntos.

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