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Acción de gracias

Cazar mariposas

Las conversaciones con las que me topo me confirman que nada hay tan fascinante como el material humano

últimamente me deslumbran las vidas ajenas, los retazos que se me ofrecen, lo que vislumbro de ellas. No es indiscreción, no hablamos de algo tan grosero: es más bien que andar por la calle -o sentarse en un café- se ha vuelto un ejercicio bello y sofisticado, como, y sé que las imágenes lindan con lo cursi, cazar mariposas o atrapar en el margen de un río una trucha lustrosa y escurridiza. Sí, son destellos de algo prodigioso y único los que la vida común -aparentemente común- me regala. Les pondré un ejemplo: estoy dando un paseo, y me cruzo con dos mujeres que comparten confidencias. Y entonces ocurre: en el momento en que coincido con ellas una deja caer una frase certera, casi como si soltara una granada dispuesta a la explosión. "Es que lo de Manuel no tiene nombre, no tiene nombre", espeta, y yo sigo mi camino y me alejo, aunque ese comentario, y el dramatismo de la repetición, ese subrayado, han sembrado la curiosidad dentro de mí, y me tienta la posibilidad de volverme para averiguar cuál es el delito de aquel tipo, qué vinculo le une a esas personas. ¿Es tal vez la pareja de una de ellas, y le ha sido infiel? ¿Quizá el hermano codicioso que pelea por una herencia? ¿Un compañero del trabajo que intenta medrar con malas prácticas?

Otro día quedo para una entrevista a una hora impropia -las ocho y media de la mañana, porque el autor con el que he quedado coge un tren a continuación- y pese a lo temprano de la cita ya hay alguien gritando en el vestíbulo del hotel. El novelista y yo hablamos sin reparar en qué ocurre al otro lado de la sala, pero más tarde, cuando oigo la grabación de aquel diálogo, en una pausa se cuela una voz exhausta que dice que ya no puede más, que va a tomar cartas en el asunto. El narrador sigue hablando y se interpone a ese hombre desesperado, pero yo no puedo reprimir las ganas de regresar a la escena del crimen -a la escena de la entrevista- para buscar a aquel individuo y preguntarle por las razones de su agotamiento, y saber también qué ha planeado para enderezar el rumbo de aquello. Y les prometo que mi intriga no se limita al mero fisgoneo: que hay una extraña solidaridad, una compasión, por aquellos personajes.

Quizás a ustedes les parezca que caigo en la indiscreción, pero cada mañana, de camino al periódico, o al mediodia, mientras espero en la cola del supermercado, afino el oído y miro a mi alrededor en busca de esas gemas que te depara la vida. Y me reafirman en una vieja creencia: que no hay nada más fascinante que el material humano, nuestras historias, nuestras relaciones, nuestros anhelos y nuestras heridas. Que no hace falta salir a cazar mariposas, ni a pescar truchas; que ya hay algo fabuloso y único en la gente.

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