Javier compás

Celeste, rosa y caracoles

‘Los diegos que perdimos’ podría ser la crónica de los mejores bares de caracoles de Triana

Llegados los días de mayo, el patio semicircular del viejo colegio salesiano se engalanaba de banderitas en honor de María Auxiliadora. Las clases a veces se saltaban para ir al teatro, por la puerta junto al gran San Pedro de azulejos debajo del cual se cumplían algunos castigos, para perfeccionar aquellos cantos corales del “con flores a María” y “rendidos a tus plantas, Reina y Señora”. Se acercaba la novena de cada año.

Junto al portón que se abría al campo de fútbol, la desnuda estructura del paso de la Virgen, debajo del que nos metíamos para jugar unos segundos a costaleros. El colegio fundado por los Condes de Bustillo se iba llenando de estandartes celestes y rosas, los colores de la Virgen. También en algunas calles por los que transcurriría la procesión del 24 de mayo, los balcones ponían sus colgaduras en honor de María Auxiliadora. El barrio Voluntad, con sus calles con nombres de virtudes humanas y buenas intenciones laborales, tenía el protagonismo que no veían en todo el año.

En el teatro apagado, el proyector nos mostraba en el lienzo grande y blanco de la pantalla, las vidas y obras de San Juan Bosco y de Santo Domingo Sabio. Y llegaba el día y salíamos con nuestra camisa limpia y una rebequita para la noche, en la procesión, con nuestra vela, con los niños vestidos de comunión.

Días que alargaban su luz robándole oscuridad a noches ya tibias, donde los parroquianos del barrio buscaban la cerveza refrescante y el vasito de caracoles que estaban ya en su momento cumbre. En la misma esquina de la calle del colegio con San Jacinto, Casa Diego, donde hoy hay un hotel de lujo y uno de esos restaurantes modernos de cocina sofisticada, quién lo iba a decir.

Los diegos que perdimos podría ser la crónica de los mejores bares de caracoles de Triana. El ya citado de la esquina de la calle Condes de Bustillo, el de la esquina de Santa Cecilia con San Vicente de Paúl, el de la calle Sánchez Arjona, hoy Esperanza de Triana y el de la calle Alfarería. Unos que han cerrado para siempre y otros que han cambiado de propietarios y de cara. Y entre ellos, Ruperto, que Dios acogió hace poco en su seno, con sus codornices y con sus cabrillas en salsa, allí siguen.

No es plato fino, es plato de dedos mojados y mancha en la camisa, de palillos de madera y vaso de caldito picante, para trasegar un par de cervezas, por lo menos, con cada tapa, o el plato común cuando los miedos y los escrúpulos eran menos. Yo que soy un hombre del vino, no entiendo los caracoles sin cerveza del final de Luis Montoto, muy fría, muy ligera, muy fácil de beber con noches ya casi en los treinta grados, o sin casi.

Cada año me acerco de nuevo por el barrio, para ver a María Auxiliadora y a Don Bosco, o para tomarme unas cervezas con caracoles, no sé si uso a la Buena Madre de excusa. Ella lo sabe y lo entiende, como cuando me metía yo solo, a pedirle de rodillas en un banco de la iglesia, en aquella penumbra fresca y con olores de madera e incienso, de mármol y losetas del suelo recién fregadas, a que me ayudara con el examen de matemáticas.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios