Ismael / Yebra

Cristales rotos

Sine die

19 de mayo 2016 - 01:00

SI Cernuda se pregunta en Ocnos, ¿cuántos siglos caben en los años de un niño?, yo me pregunto ¿cuántos mundos caben en la mente de un recluso? Probablemente sólo uno y, tal vez, no merezca la pena. Hace unos días fui invitado por la ONG Solidarios a participar en el Aula de Cultura que integran dentro de sus actividades en el entorno penitenciario y puedo asegurar que quien realmente aprendió en el acto fui yo.

Sólo unos metros separan el espacio ocupado por los reclusos de la zona circundante, pero desde el punto de vista humano y solidario se encuentra a miles de kilómetros de distancia del resto de la sociedad. Rejas y rejas, controles y controles, más rejas, pasillos cutres e interminables con puertas cerradas que prefiero no saber qué esconden tras ellas, hasta llegar finalmente al módulo asignado. Un patio de cemento con paredes altas llenas de desconchados y un cielo increíblemente azul que se antoja aún más distante y lejano. Todo un simbolismo: arriba el cielo, abajo el infierno.

Reclusos paseando o sentados en bancos, mientras otros tienden ropa en un rincón. Algunos sonrientes, tal vez una risa sardónica y compasiva, otros cabizbajos, con las manos en los bolsillos, sin nada que hacer más que pasar el tiempo antes de volver de nuevo a la celda. La mayoría viste ropa deportiva, algunos ropa normal, incluso hay uno con cierta elegancia informal. Al pasar por el patio camino de la biblioteca cruzo mi mirada con algunos de ellos y adivino un drama interior que el tiempo de reclusión, casi con toda seguridad, no será capaz de resolver. Una vez en el aula se disponen sillas en torno a mí y acuden una cuarta parte de los internos. El resto sigue paseando por el patio, incluso un grupito comienza a cantar y tocar las palmas.

Me siento seguro y acogido. Me traen un café y comienzo mi charla sobre literatura de viajes. Toda una metáfora para quienes no pueden viajar. Por eso les animo a evadirse a través de la lectura. Escuchan atentamente. Nuestras miradas se cruzan. No me interesa el motivo por el que están allí, pero me apena su situación. En sus ojos veo una mezcla de resentimiento, recelo y gratitud por estar allí. Me interesan ellos, no su historia. Mi idea era llevarles un mensaje de esperanza. Aunque cueste trabajo hay que seguir creyendo en el hombre. Veo en ellos bellísimos jarrones de cristal que, por cosas del destino, se han roto.

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