Delors, especie en extinción

La agricultura andaluza ha vivido sus mejores años de ayudas europeas bajo el influjo de sus políticas

Delors cita en sus memorias una frase del norteamericano Dwight Morrow: “El mundo se divide en dos; los que quieren ser alguien y los que quieren hacer cosas”. Él ha sido un perfecto ejemplo de lo segundo. Su hoja de servicios al frente de la Comisión Europea es notable. El Acta Única y el gran mercado del 92, el Tratado de Maastricht, el euro, las becas Erasmus… Y la entrada de España en 1986, por la que Andalucía se convirtió en el 3% del territorio, el 2% de la población y el 1% del PIB de aquella Europa a 12.

Con su muerte quedan pocos supervivientes de la segunda gran generación de padres de Europa. A la de los fundadores de los 50, Monnet, Schuman, Adenauer, De Gasperi o Spaak, le siguió en los 80 una potente hornada en el Consejo Europeo. Sus mandatos inusualmente largos propiciaron relaciones estrechas. Fueron el belga Martens (13 años en el cargo), la británica Thatcher (11), el francés Mitterrand (14), el alemán Kohl (16), el español González (14), el neerlandés Lubbers (12), el italiano Andreotti (9 años, entre Exteriores y primer ministro) y el luxemburgués Santer (11). (Todos han fallecido, salvo Santer y González). En esa época, Jacques Delors estuvo al frente de la Comisión 10 años. Mucho. Ha habido catorce presidentes de la Comisión Europea y ninguno ha estado tanto tiempo, salvo el portugués Barroso, que era un peso pluma. El primero, el alemán Hallstein, estuvo 9 años; los demás casi todos rondan los cuatro o cinco años.

Fue gran un partidario de las ayudas agrícolas. La potente agricultura andaluza ha vivido sus mejores años de ayudas europeas bajo el influjo de sus políticas. En una cumbre del G-7 Reagan le preguntó por qué era tan implacable en la defensa de las subvenciones agrarias, él le contó el ejemplo de la granja de su abuelo, de cinco hectáreas. El americano contestó que eso era más pequeño que su jardín. Propugnaba que el presupuesto de la UE fuese del 2% del PIB comunitario, pero en los dos paquetes financieros que llevan su nombre sólo consiguió que pasara unas décimas por encima del 1%.

Fue el elemento esencial en el entendimiento París-Bonn. Mitterrand, como a tantos otros, le gastaba un cierto desamor; Kohl le trató con más aprecio. Irrepetible y pragmático: le encantaba el refrán “lo mejor es enemigo de lo bueno”. Renunció a presentar su candidatura a las presidenciales francesas de 1995, tras la era Mitterrand, a pesar de ser el favorito en las encuestas. Quería hacer cosas y no ser alguien.

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