La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Las excusas para sortear a los pesados de septiembre
Estoy de acuerdo con la ministra de Educación: "La religión no puede tener valor académico y contar para la nota media". Pero no lo estoy con la obligatoria que la va a sustituir: "Una asignatura de valores cívicos y éticos, y no será optativa". Con la ética sucede como con la religión: nunca alcanzada una ética universal, la transmisión de valores éticos corresponde a las familias de acuerdo con sus ideas, valores o creencias. Imponer una ética supone una intromisión en las conciencias tan grave como cuando la moral cristiana se imponía a todos. El aborto libre sin motivo terapéutico en la era de los anticonceptivos o la eutanasia activa en los tiempos del avance de los cuidados paliativos agrede, por ejemplo, mis principios éticos.
La solución es muy fácil y no se adopta porque se prefiere la manipulación: una asignatura de historia de las religiones -más necesaria que nunca en nuestras sociedades plurales e interconfesionales para que los unos comprendan a los otros- y una asignatura de estudio de nuestra Constitución y de la historia de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que representan los únicos valores que obligatoriamente debemos compartir y acatar todos.
La ministra también se ha equivocado al definir la educación como un "ascensor social y no un reproductor de desigualdades", lo que, además de sonar al lema franquista "un libro ayuda a triunfar", incurre en una contradicción. La educación no es un ascensor, artefacto que hace subir a unos sin remediar que existan plantas (situaciones de desigualdad) a distintas alturas. La universalización de la educación exigente representa igualdad en la excelencia, no el ascenso de unos a los pisos laboral y socialmente altos mientras otros se quedan en los sótanos o la planta baja.
Y mucho menos significa igualar a la baja. Desgraciadamente no parece, vista la anunciada eliminación de las reválidas, que este Gobierno apunte a la exigencia y la excelencia. Sólo en este indeseable sentido resulta válido el ejemplo del ascensor: subir sin esfuerzo. La educación es lo contrario: esfuerzo peldaño a peldaño del aprendizaje en conocimientos y valores para alcanzar la racionalidad crítica que es la única garantía del ejercicio de la libertad personal y por ello la base imprescindible para la verdadera democracia. La democracia no hace ciudadanos libres, son los ciudadanos libres los que hacen democracia.
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