¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

Endechas

21 de marzo 2016 - 01:00

LAS Endechas a Guillén Peraza son el hito fundacional de la literatura canaria y una de esas obras que, incomprensiblemente, están ausentes de los manuales escolares. Estos versos anónimos de mediados del siglo XV cantan la muerte de un capitán mozo sevillano durante su intento de conquistar la isla de la Palma en 1447 y, lo que tuvo que ser una escaramuza marrullera entre aborígenes y castellanos, repleta de pedradas y torpes cuchilladas, se nos muestra con toda la sensibilidad caballeresca del gótico florido, tanto que parece que, más que en los hermosos y bravos malpaíses canarios, el combate se produce en la refinada corte borgoñona: "Llorad las damas-si Dios os vala:/ Guillén Peraza-Quedó en La Palma/ la flor marchita-de la su cara". De estos versos también nos interesa su contexto, que evidencian las estrechas relaciones entre la Baja Andalucía y el archipiélago canario, y su sentido fatalista de la vida y la muerte. No en vano sus suspiros más recordados son: "Guillén Peraza-Guillén Peraza/ ¿dó está tu escudo-¿dó está tu lanza?/ Todo lo acaba-la malandanza". Es decir, todo lo acaba la mala suerte, el azar divino que rige nuestros destinos.

Mucho se ha escrito sobre el fatalismo hispano, que algunos achacan a la herencia mora, pero que ya se puede rastrear en Séneca. Fatalismo que se extiende a todos los ámbitos de la vida y del que, por supuesto, no escapa la política. ¿Cómo si no interpretar el estado de resignación en el que ha entrado nuestra cosa pública tras el paripé de la no-investidura de Pedro Sánchez? Este abandonarse a la suerte de los dados, a la ruleta de la fortuna; este canto de resignación ante los acontecimientos y la malandanza no es una mera figura retórica, sino que impregna como un aceite a la clase política y, lo que es peor, a nuestra opinión periodística, que ha asimilado sin más que "en España no hay cultura de pacto". La gran alianza, que en Alemania fue posible gracias a su concepción del futuro como una construcción permanente que sólo al hombre compete, ha sido un simple espectro en nuestro país por una de esas supersticiones que siguen conformando nuestra mentalidad. Aquí preferimos sentarnos a entonar endechas, cantos tristes y lastimeros con los que esconder nuestra pereza mental; preferimos, en definitiva, preguntarnos continuamente dó está el escudo en vez de ponernos a buscarlo por los arenales palmeros.

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