Paco Ybarra

‘Homo coquinensis’

Imaginen que las disputas y guerras se limitaran a competiciones entre fogones

No sé si habrán oído hablar de Richard Wrangham, antropólogo británico estudioso de los primates como base evolutiva en la violencia humana, especializado en violencia y cocina. A la cocina le atribuye Wrangham un papel fundamental en nuestra evolución, afirmando categóricamente que Cocinar nos hizo humanos, como reza en el título de uno de sus libros. Tuve la oportunidad de tener un primer conocimiento sobre su persona en el programa televisivo Redes, ya saben, aquel espacio de divulgación científica, generalmente sobre el comportamiento humano que echaban en La 2 los domingos por la noche, presentado por el ya desaparecido y peculiar Eduardo Punset. En dicha entrevista el antropólogo explicaba cómo el homo habilis inventó un truquillo para procesar ciertos alimentos que eran difíciles de digerir, como la carne; el proceso de este antecesor rudimentario del steak tartar sería golpear la proteína hasta romper las fibras facilitando una digestión más corta, llevadera y que desencadenaría ciertos cambios en nuestra fisonomía; dientes más pequeños, vientre más fino, cabeza más grande, etcétera. No cabe duda de que estos cambios físicos nos humanizaron. De hecho, nos condenaron a ser la única especie con procesados como base de nuestro régimen alimenticio y, por lo tanto, nos inadaptó para una dieta estrictamente cruda, so pena de esterilidad, dice el científico. Pero quizás lo más importante e identificable fueron los hábitos que fuimos adquiriendo con nuestro recién estrenado proceso digestivo facilitado por la cocina posibilitando que tuviéramos más tiempo para pensar, mantener relaciones sociales o trazar alianzas. En fin, lo que siempre hemos pensado que fueron los cimientos de una sociedad en términos bíblicos, una auténtica expulsión del paraíso. El autor sentencia, para terminar, que cocinar es un acto consustancialmente humano ya que la violencia es común en los primates.

Dicho esto, les propongo un juego distópico, que están ahora muy de moda. Imaginen no sólo que dicha teoría fuese cierta sino que, además, la hubiéramos interiorizado y utilizáramos las artes culinarias de exponente cualitativo como eje de nuestras actividades. A modo de demiurgo vital, la cocina partiría como premisa para apreciar las cualidades innatas de una persona: personajes como Caremme, Bocuse o el mismo Adrià podrían muy bien haberse prodigado a la altura de auténticos hombres de Estado. Imaginen que las disputas y guerras se limitaran a competiciones entre fogones y la carrera armamentística se redujera a una superproducción de cacerolas de teflón antiadherentes y a hornos de última generación. Piensen en delitos cometidos que se pudiesen subsanar con el amoroso acto de preparar un delicioso plato y que las madres de todos los tiempos, que pasaron horas y horas en las cocinas, tuvieran una pensión de alto ejecutivo. Estarán de acuerdo conmigo en que estaríamos hablando de una sociedad más humana, luego el bueno de Richard tendría razón; incluso me atrevería a añadir que cocinar nos sigue haciendo humanos.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios