Quousque tamdem

Luis Chacón

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Ibáñez. Y no hace falta más

Ibáñez ha sido un cronista sarcástico y perspicaz de más de medio siglo de historia de España

Ha muerto el maestro Francisco Ibáñez y otra vez, la vida, o más bien la muerte, le da un pequeño tajo a nuestra infancia que poco a poco se va convirtiendo en una amalgama de recuerdos que se difuminan como un hermoso paisaje entre la niebla. Domingos de misa en la Catedral y gesto adusto y formal hasta que al salir y pisar la plaza de las Pasiegas, corríamos al poyete de la calle Libreros donde, entre la estatua de Alonso Cano y la Mercería de la Viuda de Sáez, se apilaban periódicos, revistas y tebeos. Porque los boomers leíamos tebeos; lo de los cómics vino después. Y el manga y la novela gráfica ya, ni les digo.

Los primeros fueron los de Ibáñez. Sobre todo Mortadelo y Filemón, que nos arrancaban carcajadas con sus historias; un continuo slapstick en el que terminaban vendados como momias y con muletas semana sí y semana también. Amén de que en cada colegio hubiera un Mortadelo –alumno o profesor con gafas de culo de vaso como decíamos entonces–, un Superintendente Vicente–director o jefe de Estudios– y, por supuesto, un profesor Bacterio, que si no daba clase de ciencias naturales era porque las impartía de Física o Química en el BUP. Ellos también lo recordarán, igual que tantos Rompetechos. Aunque tampoco podemos olvidar a nuestro héroe, el BotonesSacarino, ese espíritu libre que todos queríamos ser; ni 13, Rue del Percebe, retrato de toda comunidad de vecinos y realmente, del país; o Pepe Gotera y Otilio, síntesis de la España siempre en obras, de poyaque, chapuza, llana y palustra. Sin olvidar cómo criticó lo peor de los ochenta con humor y desparpajo en Chicha, Tato y Clodoveo, de profesión sin empleo.

Porque Ibáñez ha sido un cronista sarcástico y perspicaz de más de medio siglo de historia de España. Si no le dieron el Princesa de Asturias que tantos pedimos insistentemente, sólo fue por ese complejo tan español que nos lleva a despreciar a nuestros genios mientras, muchas veces, se nos cae la baba con cualquier pamplina que venga de allende nuestras fronteras. Pero su recuerdo siempre quedará en nuestro corazón y seguirá arrancándonos una sonrisa cada vez que leamos una de sus historietas. Se quedó sin el Princesa de Asturias, pero se lleva un premio mucho mejor y más importante: el cariño y la admiración de todos aquellos a quienes se nos ha roto el corazón de niños felices. Porque sólo quienes ven el mundo con los ojos de un niño, saben apreciar lo mejor de la vida.

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