Desde mi córner

Luis Carlos Peris

Luis Aragonés y sus razones

Sólo por dinero en Turquía, ¿cómo se iba a saludar con su sucesor y con el que orquestó su nombramiento?

25 de septiembre 2008 - 01:00

EXTRAÑEZA en sobredosis ante la deriva observada en cierto periodismo capitalino sobre la figura del seleccionador. Del seleccionador que fue y del que es, pues de otra manera no se explica la lectura que se está dando de la reunión de seleccionadores del lunes en Viena. Creo que o no se conoce bien a Luis Aragonés o a qué viene la extrañeza por su actitud con su sucesor y con Fernando Hierro. Dicen que los saludó con frialdad y cómo los iba a saludar, si antes de arrancar la Eurocopa ya sabía que, pasara lo que pasara, iban a darle puerta. ¿Cómo iba a saludar al que ocupó su silla aún caliente y al que orquestó la operación?

Aragonés es como es y, a veces, hasta lleva razón, conque a qué viene la extrañeza por el que pasará a la historia como el desaire de Viena. Aragonés está en Estambul a disgusto, pues, entre otras cosas, él no es un ciudadano del mundo y entrenar en Turquía debe ser, para él, como torear en Belgrado o arrancarse por bulerías en Taipeh, un trágala sin posible digestión. Y, claro, cuando se reencuentra con su vida natural, con la gente que habla como él, pues se produce el choque. Del Bosque es quien hace lo que él hacía, mientras que Hierro continúa haciendo lo mismo que antes, que no es, precisamente, torcer a favor del seleccionador que ganó la Eurocopa.

Conozco bien a Luis Aragonés y me lo imagino en el encuentro con el hombre que lo sustituyó y con el que buscó a dicho sustituto. No es Luis persona de diplomacia, hablé con él horas antes de emprender la aventura otomana y no me extraña en absoluto su arisca reacción. Muchos le han tachado de ensimismado, incluso de maleducado, pero Luis tiene unas heridas que cada día que pase en Estambul se abrirán más y más. Sólo el dinero puede justificar su presencia en un país tan lejano y tan distinto al nuestro, pero se trata de un dinero muy amargo, tan amargo que parece mentira que no se entienda su frialdad con su sucesor y con el que buscó a ese sucesor.

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