¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Maneras de celebrar la Navidad

Lo curioso de la Navidad es que, pese a su contenido sobrenatural, es un relato profundamente realista

La Navidad, como la primavera, suele traer consigo una inflación de las emociones. Todos conocemos sus efectos devastadores: amargura en los solitarios, ternurismo en los cúrsiles, euforia en los pesados, arrebatos místicos en los Tartufos, iconoclastia adolescente en los descreídos y un largo etcétera que justificaría la publicación de un Diccionario de estragos navideños. Sin embargo, más allá de estos males, nadie puede negar que ninguna otra fiesta llega al corazón del hombre de una manera tan directa y elemental, quizás porque el relato que la sustenta, el Niño Dios nacido en un humilde pesebre de Belén, es el más hermoso jamás contado. Sólo los muy soberbios no se humillan ante ese bebé libertador que aún huele a placenta y vaho de ganado. Ni las luces de las calles que nos impiden ver el cielo, ni la tortura musical de mamás noels en tanga, ni el paradójico consumismo, ni el aflamencamiento al que han condenado a los más tradicionales villancicos, ni los antropólogos diletantes que nos dan la tabarra con el solsticio y otras historias paganas, logran sepultar esa historia que, lejos de otros mitos religiosos absolutamente fantasiosos, tiene su geografía y su historia, su toponimia que aún perdura en los ensangrentados campos del Fértil Creciente y sus fechas que pueden ser sometidas al debate de los historiadores. Lo curioso es que la Navidad, pese a su contenido sobrenatural, es un relato realista, casi costumbrista.

Cada uno, faltaría más, puede celebrar las navidades como le plazca, berreando con un gorro de Papá Noel en la cabeza o entregado a profundas meditaciones sobre el sentido de la existencia. A nosotros nos gusta esa forma que mezcla el goce sensual de vinos y viandas y el encopetamiento en la mesa y el vestir (no todo los días se celebra el nacimiento de Dios) con la reflexión sobre la fraternidad y la necesidad del bien. La mezcla de la Navidad burguesa y dickensiana con la vieja tradición de los campos ibéricos, la de los pastores de Juan del Encina, utópicos, cristianos e igualitarios como sus ganados de borregos en la Castilla de los albores de la Modernidad. Más que escuchar a Mariah Carey canturreamos el villancico de Lope: "Palmas de Belén/ que mueven airados/ los furiosos vientos/ que suenan tanto:/ no le hagáis ruido,/ corred más paso,/ que se duerme mi niño,/ tened los ramos". Quien intentó dormir bajo una palmera una noche de levante en Tarifa, sabe muy bien de lo que hablan estos versos del Fénix.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios