César Romero

Menotti

Se convirtió en el abanderado, cuando no en la bandera ondeada por sus epígonos, del fútbol “bonito”

Quizá porque todos los partidos eran en blanco y negro, uno no recuerda bien el famoso fallo de Cardeñosa ante Brasil, en el Mundial de Argentina 78, pero sí, con una viveza paradójicamente cada día mayor, la final entre las selecciones de Países Bajos (que aún era Holanda, como Cantabria Santander) y Argentina, la primera vez que vi algo en color por televisión. El naranja de las camisetas holandesas y los papelillos blancos que caían de las gradas (es distinto el blanco cuando está rodeado de colores) permanecen en la memoria, como la extrañeza del niño de casi ocho años que no entendía por qué, si él sudaba acalorado, los espectadores de aquellos estadios de fútbol iban abrigados. A la vuelta de aquel verano, de aquel Mundial, mis compañeros bromearon con César Luis Menotti, el entonces seleccionador argentino que acaba de morir, y durante un tiempo me llamaron Menotti, porque, en un arrebato de inspiración o desatino de mi señor padre, quién sabe, con esos nombres fui bautizado.

Si a los argentinos, hasta esa época, se los tenía por gente de pocas palabras, como Alfredo di Stéfano, o entrecortadas y titubeantes, como Borges, desde la irrupción de Menotti, luego acentuada por su discípulo Valdano y por el cine y el psicoanálisis, pasaron a ser esos tipos que no callan ni bajo agua. Menotti, que tras ganar el Mundial poco más hizo en el universo futbolístico, contribuyó como nadie a la fabulación en torno a este deporte, al arte de narrarlo y teorizarlo, a veces hasta la exasperación, y no pocas edificando un rascacielos verbal, mera fachada que tapaba una infinita oquedad. Se convirtió en el abanderado, cuando no en la bandera ondeada por sus epígonos, del fútbol “bonito”, más atento al juego que al resultado, frente a los futboleros resultadistas, que sólo piensan en ganar sin reparar en el modo de hacerlo. Y, desde su autoproclamada adscripción a la izquierda, llegó a metaforizar que el fútbol que valora la manera de jugar por encima del resultado es de izquierdas, en tanto que el otro, el resultadista, trabado y feo, es de derechas.

Menotti ha sido ejemplo cabal de cierta izquierda hispanoamericana, que teoriza sobre cómo hemos de vivir, aunque no viva conforme a lo que pregona. Ser seleccionador de fútbol en una nación sometida a una dura dictadura de derechas, dictadura que intervino para amañar un resultado que allanó su camino, levantar aquella Copa y estrechar la mano del siniestro Videla debieron de ser pecados de juventud. A alguien que defendió la coherencia de seguir jugando un fútbol vistoso aun a costa de perder, le faltó la coherencia de, siendo izquierdista, no haber liderado el banquillo de una selección cuyo triunfo blanqueó algo una dictadura de derechas, o la de aprovechar aquel foco mediático para dar a conocer, con su labia cadenciosa e inagotable, algunos de los graves desmanes que estaban sucediendo en su país.

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