DERBI En directo, la previa del Betis-Sevilla

Me gusta mucho la filmografía del director estadounidense James Ivory. Entre sus magníficas películas, especialmente Una habitación con vistas, una de sus adaptaciones de novelas de E. M. Forster, con la deliciosa Helena Bonham Carter, antes de que pasara por el filtro afeador de Tim Barton, su oscura pareja entre 2001 y 2014. Ahora en Sevilla salta la noticia de que algunos hosteleros, aprovechando las increíbles vistas desde sus terrazas de nuestra maravillosa ciudad, van a cobrar en sus locales un extra por ocupar las mejores mesas.

Sigamos con el cine. Es usual ver en las películas clásicas norteamericanas como algún personaje le da discretamente un billetito plegado al maître para que le dé una buena mesa, normalmente cerca de la pista de baile, en aquellos veladores con lamparita en medio. Del cine a la literatura, España en general, cuna de la novela picaresca, y Sevilla en particular, patria chica de los cervantinos Rinconete y Cortadillo, levantada esa liebre, puede ser terreno abonado para que se den en bares y restaurantes, situaciones incómodas, me explico a continuación.

Imagínense un restaurante de esos de moda lleno, excepto las mesas más caras en primera fila de mirador. Se puede dar el caso, más habitual de lo que se piensa, que te digan que están reservadas sin estarlo, podría ser por dos causas, o por si viene un famoso, ya saben, futbolista, cantante, etcétera, o que el avispado hostelero, proceda a la subasta discreta de las mesas al mejor postor. Lío gordo.

Sin quitar la razón a quien diga que el empresario es muy libre de poner precio a sus productos y servicios, a mí todo esto a lo que me suena es a esa falacia de la democratización, que no es más que un espejismo, uno de esos mantras repetidos por los cursis una y otra vez. En el actual mundo de la globalización capitalista liberal, la única democratización que vale es la del dinero, si lo tienes accedes a las cosas y si no, te jodes. Un mundo donde la apariencia y el postureo lo es todo, el empresario aprovecha la idiotez ambiente para hacer caja. No hay otra, se acabó el transistor con la pila de petaca cogida con gomillas para escuchar el gran partido de tu equipo en la caseta de vigilante, en la portería, en la gasolinera, si no pagas a la plataforma que monopoliza la retransmisión, te jodes (y perdonen la reiteración de la exclamación malsonante).

Se suprimieron los monopolios estatales para entregarlos a las empresas privadas. De paso, los políticos de turno hicieron su agosto con las concesiones y chanchullos varios. Todo eso de que la variedad de oferta y de la competencia de precios es mejor para los ciudadanos vemos que no es verdad, telefonía, electricidad, gas, en los carburantes, todo es men-ti-ra.

Lo de las mesas con vistas, a todo esto, tampoco debe de ser un escándalo. Total, en todos los espectáculos pasa y la gastronomía actual está quedando en eso, un espectáculo, donde lo más importante no es a qué sabe el plato, sino sus colores bonitos para la foto que subimos a las redes, la decoración del local o que te llegue el camarero con la tarta con bengalas para que todo el mundo saque el pañuelito y se ponga a cantar.

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