EL 2 de abril se inauguró la primera línea del Metro y nos vamos a comer los polvorones sin que esté abierta íntegramente y sin que preste un servicio equitativo en todas sus paradas. La mejor campaña de publicidad en cualquier barrio son los vecinos que, espontáneamente, le cuentan a sus allegados cómo el Metro entra a formar parte de sus hábitos cotidianos. Eso es mucho más fácil en Ciudad Expo (Mairena del Aljarafe) que en Montequinto (Dos Hermanas) porque todos los trenes, como debe ser, suben y bajan por el trazado aljarafeño, que formó parte del itinerario de la inauguración, mientras que quienes viven cerca de las últimas estaciones abiertas (Montequinto, Europa y Olivar de Quintos) sólo disponen de uno de cada tres o cuatro trenes. El agravio está servido.

La prolongación de la línea 1 hasta Dos Hermanas (o los barrios sevillanos en suelo nazareno, dada la identidad capitalina de sus habitantes) le da coherencia metropolitana al nuevo transporte público. Pero ahora se junta el hambre del enorme sobrecoste en su construcción con las ganas de comerle gastos a la explotación del servicio, y se incurre en la incoherencia de gastarse una millonada en la potente infraestructura para ofrecerle a los vecinos de Montequinto una frecuencia de salida o llegada propia de una línea de autobús.

Es razonable la queja de la Plataforma por la Mejora de Montequinto, para que se suprima la obligación de hacer transbordo en Condequinto. Y más que fundada la súplica de la Olavide para que el Ministerio de Fomento zanje su particular deuda histórica con el Metro: hacer de una vez el apeadero de la red de trenes de Cercanías junto a la estación Guadaíra, aún sin abrir, y facilitar el transbordo entre tren y Metro, multiplicando el número de usuarios. No la paguen aquí también con la permuta de solares... Vayan acabando sus deberes, que tardan un año en inaugurar toda la línea 1.