Visto y oído

Antonio / Sempere

Milá

30 de abril 2009 - 01:00

ESTABA cantado. Mercedes Milá abandona el barco al que nunca debió haberse subido. Se va de La tribu. El sábado, cuando conocimos las fatídicas cifras de audiencia, pensamos todo el día de ella. ¿Cómo se sentiría? ¿Habría llorado de impotencia? ¿De qué manera puede encajar una comunicadora nata, sin romperse, un 9% en pleno prime time de una cadena comercial con vocación de ser líder?

Recuerdo un precedente. Mercedes Milá también compartió plató en el prime time de Antena 3 con Jesús Hermida, y aquello no funcionó ni a la de tres. Ella, que lleva la televisión en las venas, pensaría que con Javier Sardá iba a ser distinto. Que con su amigo y cómplice todo iría sobre ruedas. Pero al final, es la audiencia la que tiene la última palabra.

A Mercedes Milá le apasiona la televisión. Mirar a su cámara le supone conectarse directamente a la vida, darse un chute de adrenalina, y dejar en un segundo o tercer plano todo lo demás. Por eso la retirada de la Milá tiene poca gracia. Es la historia de una frustración.

¿Y ahora qué? Los teléfonos de Gestmusic echarán humo. Reiteramos que fue un gran error táctico emitir un programa destinado a las madrugadas al horario noble. Y que la de los viernes, desde luego, no era la noche más adecuada. O La tribu se reconvierte en Crónicas marcianas 2, con su público, en su franja, o dejará de ser. Y conste que de consumarse esta crónica de una muerte anunciada, perderíamos mucho.

Por encima de sus muchos excesos y de sus no pocos desmayos, en La tribu encontramos momentos hilarantes, como aquel en el que Boris y Sardá reprodujeron la conversación entre El Bigotes y Camps. En pocos rincones de nuestras televisiones, por no decir en ninguno, se pueden encontrar momentazos de este calibre.

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