benito caetano

Mirar inteligentemente al futuro

NOS pasamos la vida tapando parches y confiando en que un futuro, aparentemente incierto, nos sea benévolo; cuando sabemos a ciencia cierta que el futuro es algo que se construye en el presente. Por decisiones, por acciones... y también por omisiones.

 

Nuestro futuro más probable estará determinado por nuestro pasado más atávico, ese que nos lleva a los humanos a odiarnos y a matarnos con afán de continuidad, y por nuestro presente más avanzado: el tecnológico. Tan atávico el uno, que no hay memoria histórica de otra cosa; tan avanzado el otro, que la gran brecha de comprensión de la tecnología que hoy existe en el mundo es tenida por muchos como una barrera infranqueable de hecho para la mayoría de la población.

 

Ojo, que ya no hablo de la brecha de acceso, esa que llamamos brecha digital, sino de esa otra que crece continuamente porque el avance de la tecnología es exponencialmente más rápido que el lento y permanentemente desactualizado proceso de la alfabetización digital y que la disponibilidad de medios en un mundo en el que el mercado y la perspectiva de negocio dominan la historia.

 

Háganse a la idea: recuerden la tecnología que manejábamos nosotros mismos hace diez o quince años solamente. O piensen en que, el año pasado, un jurado internacional de expertos convocados por la Royal Society consideró que Eugene Goostman era un niño de 13 años, tras someterlo a un test diseñado por Alan Turing; lo que no sería llamativo sino fuera porque Eugene era una máquina. Ucraniana.

 

¿Que significa esto? Pues que el ritmo cada vez más acelerado del cambio tecnológico nos acerca al momento en que las computadoras puedan competir con la inteligencia humana y con ventaja. Las máquinas podrán diseñar otras máquinas aún más potentes y estas a su vez otras, de manera que este progreso, que ya hemos calificado como exponencial, corre el riesgo de acabar siendo incomprensible para el ser humano. El fenómeno está a la vuelta de la esquina, en otros diez o quince años, y ha sido bautizado como "Singularidad tecnológica".

 

¿Y que puede suponer? Dos cosas, resumiendo: que la humanidad se quede atrás porque nadie se ha preparado para comprender ese momento ni para avanzar a vertiginoso ritmo o, cruzo los dedos, que sabiendo por donde van los tiros nos pongamos las pilas y empecemos a trabajar duramente y desde ya para tener a la mayor cantidad posible de gente preparada para liderar ese momento y esa oportunidad. Para ese impacto que, no lo duden, será determinante a escala global.

 

En eso trabaja desde 2008 la Singularity University (SU), que nació en 2008 con ese objetivo y en la que están implicadas organizaciones como la NASA o Google.

 

Su propuesta ha sido comprendida por los países más desarrollados. En estos años, como ellos mismos dicen, "la SU ha preparado a individuos de más de 85 países para aplicar tecnologías que ya están en crecimiento exponencial, como la biotecnología, la inteligencia artificial o la neurociencia, para hacer frente a los grandes desafíos de la humanidad". Más de 100 empresas avanzadas han surgido de esta labor.

¿Y España... y Andalucía? Pues lo tenemos a huevo, porque desde el 12 de marzo tendrá lugar en Sevilla la primera cumbre que la Singularity University celebra en el sur de Europa. Es un contacto en la tercera fase para nuestra depauperada y hasta desorientada economía y nuestra maltratada ciencia; y es una gran oportunidad (¿irrepetible?) de conocer, comprender y reflexionar. Una cumbre de primer orden que ha sido posible por el empeño personal de Luis Rey y el equipo que dirige en el colegio San Francisco de Paula y la fundación Rey Goñi, verdaderamente preocupados por ir por delante y por tratar de arrastrar con ellos a la sociedad que los rodea y a la que sirven.

 

Veremos si somos capaces de sacarle provecho. Ojalá.

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