Películas

Los vecinos de Bedford Falls deberían habernos nombrado ya a mi familia y a mí hijos adoptivos de esa ciudad

26 de diciembre 2020 - 02:31

Leo con asombro, o más bien al límite de la taquicardia, en este periódico que los suscriptores de la revista Empire eligieron hace unos años La jungla de cristal como la mejor película navideña. Busco el dato incrédulo y me encuentro también con que ese título entra en las recomendaciones para estas fechas de otras publicaciones y plataformas como Time Out y Rotten Tomatoes. Me repito, para interiorizarlo: La jungla de cristal, mejor película navideña. Ajá. Y entonces, con perdón, lamento no tener a mano un bote de tranquilizantes o un arma -imagínense, Dios santo, a un émulo de Peter Sellers con un arma- para apearme de este mundo tan extraño.

No tengo nada en contra de John McClane, ese policía fuera de servicio que intentaba reconciliarse con su ex esposa y al que se le complicaba la historia por unos terroristas, el personaje que catapultó a Willis como inesperado héroe de acción. La Fox estaba desesperada porque unas cuantas estrellas habían rechazado el guión -Scharzenegger, Stallone y Harrison Ford, entre otros- y probó suerte con ese actor que venía de la comedia, de la serie Luz de luna y de una caótica (y muy divertida) Cita a ciegas con Kim Basinger. Resultó que Willis podía lidiar con el desastre en clave de humor y portar una ametralladora cuando había que ponerse serios (pero no del todo, que McClane era un cachondo). No les negaré que disfruté el filme en su estreno, en la adolescencia, pero a un hombre pegando tiros, aunque esté en el lado de los buenos, no le veo yo mucho espíritu navideño, aunque la peripecia del poli sucediera en estas fiestas.

Porque yo, claro, de quien quiero hablarles hoy es de George Bailey, al que interpretaba James Stewart en Qué bello es vivir. Les digo una cosa: si hubiera justicia en este mundo -bueno, y si esa película no fuera eso, una película- los vecinos de Bedford Falls, donde transcurre la acción, deberían habernos nombrado ya a mi familia y a mí hijos adoptivos de la ciudad por la de veces que hemos recorrido sus calles. En Navidad teníamos dos tradiciones: la primera, hacer el 24 de diciembre una procesión por el pasillo en la que entonábamos villancicos y llevábamos el Niño Jesús al Nacimiento, y la segunda, si no en Nochebuena sí en otro día de esas vacaciones, recuperar la obra maestra de Frank Capra. A George Bailey lo vimos crecer, perder el oído izquierdo, enamorarse, renunciar a su sueño de viajar, ayudar siempre a su comunidad... Lloramos, en ese final emocionantísimo, cada vez que él comprueba la huella que ha dejado en los otros o cuando lee ese mensaje de su amigo Clarence, que dice que un hombre con amigos nunca será un fracasado. Un tipo querido, George Bailey. Eso sí que es un héroe, señor McClane. Supere eso.

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