Cuchillo sin filo

Francisco Correal

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Poulidor

Pou-Pou fue el eterno segundo, que no segundón, una metáfora del nuevo podio de la política

En los tiempos de Raymond Poulidor sólo iban en bicicleta las personas mayores. De hecho, yo aprendí a montar en la bicicleta que le cogíamos a hurtadillas al abuelo de mi amigo Chechu Arista, que se vino a Sevilla desde el pueblo antes que yo y se quedó con ese apodo porque como tantos chavales de entonces era seguidor del Athletic de Bilbao. Poníamos en las chapas las fotos de los ciclistas y con ellas, en el mismo suelo donde jugábamos al trompo y a las bolas (por aquí abajo las canicas), en la doble modalidad de a la cuarta y al moco, hacíamos carreras con el célebre pilfo: ejercicio que consistía en golpear la chapa con el pulgar cuando se liberaba como una palanca del índice.

Ha muerto Poulidor, que era una pura metáfora. Nunca ganó el Tour de Francia. A priori, eso es lo normal, porque desde 1985, con Bernard Hinault, no lo gana ningún francés. La grandeur c'est très petit. Cuando ganaban los franceses el Tour, Poulidor no lo ganó nunca. Pou-Pou se subió ocho veces al podio de París: tres veces como segundo y cinco como tercero. De las grandes pruebas sólo ganó la Vuelta Ciclista a España en 1964, el año del gol de Marcelino y que su gran adversario, su compatriota Jacques Anquetil, se impuso en el Tour y en el Giro de Italia, como Aníbal pero ganando las guerras púnicas.

Poulidor fue el eterno segundo, pero nunca fue un segundón. Se quedó con ese síndrome de la miel en los labios del Madrid de los García, cinco subcampeonatos en 1981 con Di Stéfano en el banquillo, o de Alfonso Grosso, tres veces finalista del Planeta.

El preacuerdo de Gobierno entre segundones es una mala lectura de las gestas de Poulidor. Pedro y Pablo se pincharon las bicicletas en abril y ahora suben de la mano empujados arteramente por sus incondicionales. El presidente en funciones ha pasado de no poder conciliar el sueño en un hipotético gobierno de coalición a abrazar al causante de sus pesadillas. Eso es que ha vuelto a cambiar el colchón de La Moncloa. Se detestaban y ahora se aman. Les une la tirria común al que más creció en las últimas elecciones, Santiago Abascal, tercero en este podio, al que ambos hicieron crecer, uno con el radicalismo de guardarropía, el otro con su populismo paleoleninista. Pedro y Pablo crearon el problema y ahora se ofrecen como solución. Una bici con ruedas… de prensa sin preguntas y con interrogantes.

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