Brindis al sol
Alberto González Troyano
Vieja y sabia
En la puerta de un conocido supermercado de una playa de la costa andaluza reza un cartel bien grande: "Prohibido entrar sin camiseta". Cabe decir aquello del célebre aristócrata: "Joder, qué tropa". Las prohibiciones nos revelan como sociedad, informan de cómo somos en cada momento. No se lee ya en ningún bar el cartel que prohíbe escupir, ni mucho menos el que deja bien clarito que nada de arrancarse por fandangos. La romanización no ha debido llegar a una localidad donde al personal hay que decirle que no se entra a un establecimiento con el torso desnudo. En algunos sitios seguimos barbarizados. Preguntar a cuánto está el kilo de pez espada mientras el de al lado te pide la vez y exhibe las verrugas y otras protuberancias de la piel, no resulta una experiencia grata. Es curioso no ya cómo en verano se relajan ciertas normas mínimas en el vestir, sino cómo esta tendencia se ha extendido ya a todo el año. Las calles están plagadas de piratas, indios, gente que podría estar empadronada en el Bronx y una multitud de jugadores de baloncesto, de los que elevan el brazo para agarrarse a la barra del autobús y te obsequian con una brisa que es un rugido para el olfato. Viva la libertad y que cada cuál vaya como quiera y pueda, pero aquí mucho guardar la estética de los monumentos de nuestra rica Andalucía, pero te da un soponcio al ver cómo todos nos vestimos de turistas en cuanto llega el verano. En las catedrales se puede entrar con pantalón corto mientras se abone la entrada. No pasa nada. Y, por supuesto, te hartas de ver fieles en misa enseñando las patorras peludas. Al menos en misa ya no hay que dar la paz a un desconocido. Eso que hemos ganado. Antes te obligaban a vestirte para ir al templo aunque se tratara de una pequeña iglesia de playa. Ahora el calor justifica los paños menores. No queremos normas, solo derechos. Nos tienen que recordar lo obvio en un negocio de alimentación por una mera cuestión no ya de decoro, sino de higiene. Las capitales son ya playas desde un punto de vista estético. Y las playas, lógicamente, son lo que dijimos de la Bernarda. Te hartas de ver motoristas con chanclas que dan grima por una mera cuestión de protección de los pies. Hay gente que acude al trabajo como si fuera a bañarse a Punta Umbría o Salobreña. Un día dejan de contar con ellos en la empresa y no se explican la causa. ¡Serán fascistas! Nadie tendrá la misericordia de explicárselo, claro. El verano nos pone al desnudo, nunca mejor dicho. Los abrigos tapan mucho. Bien pensado, lo peor del cartel es que ponga "camiseta", ¿no?
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