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Envío

Rafael Sanchez Saus

Recordemos Las Navas

CON mucha más pena que gloria, en casi absoluto silencio, ha transcurrido la fecha del VIII centenario de la batalla de Las Navas de Tolosa, sin duda la más decisiva de todas cuantas se dieron a lo largo de la Reconquista y quizás una de las más trascendentes por sus consecuencias de toda la historia de España y de Europa. Una batalla que destruyó el poder del fanático imperio almohade, rompió definitivamente el inestable equilibrio entre cristianos y musulmanes en España, hizo posible la conquista castellana de Andalucía en las décadas siguientes y permitió la plena integración de la Península Ibérica en el marco geohistórico de la civilización occidental.

Pero es que la batalla de Las Navas, más allá de sus efectos hispánicos, se vivió como un acontecimiento de alcance mundial, en el que toda la cristiandad se sintió involucrada, sin duda porque el peligro que entonces se conjuró amenazaba a toda ella tras el ya inevitable fracaso de la aventura cruzada en Oriente. Tiempo después, cuando el poder turco, remontando el Danubio, llegó hasta las puertas de Viena, pudo apreciarse de nuevo el valor providencial de que el islam no pudiera contar con una base firme en España desde la que atenazar Europa.

¿Se salvó Europa, pues, en Las Navas? La superioridad de una civilización no se juega en una jornada, sino en el día tras día que acumula hallazgos, dinamismos intransferibles y valores nuevos. Pero antes es necesario que se haya garantizado el mundo en que deben desarrollarse. Sin Las Navas, España no habría sido plenamente Europa y ésta nunca hubiera respirado tranquila en su frontera sur. Y para qué hablar de Andalucía, que no hubiera dejado de ser un apéndice de los tiránicos poderes norteafricanos a los que desde el siglo XI estaba sometida.

Es penoso que todo esto se ignore o, peor aún, se oculte por un sentimiento vergonzante, ideologizado y torpemente oportunista de la propia historia. Sorprende una vez más la escasa sensibilidad del pueblo español y de las autoridades ante su pasado, el deseo inocultable de borrar la conciencia de qué somos, por qué lo somos y a qué lo debemos. No hubiera habido un futuro europeo para España en el caso de que los reyes unidos de Castilla, Aragón y Navarra, con ayuda de portugueses y franceses, hubieran fracasado aquel venturoso 16 de julio de 1212.

España no es Europa porque haya firmado unos tratados y pongamos una bandera azul en los balcones de los ayuntamientos, sino por días como el famoso lunes de Las Navas que, tan en solitario, quiero recordar en este Envío.

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