Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La vía es (por ahora) andaluza
NO sé qué pintaban los curas en Cajasur -una herencia histórica, ya: pues que se hubieran desprendido de ella-, ni qué pinta un cura invitando desde el púlpito a sus parroquianos para que colaboren en un karaoke televisivo, ni qué pinta un cura chateando en internet con una chica a la que mandaba mensajes que, queriendo ser picantes, parecían sacados de una película de Marisol: "Quería decirte que eres un bellezón de chica, estás tremenda... no creo que te moleste pero es la verdad. Con chicas como tú en este mundo merece la pena vivir. Jejeje besos preciosidad".
Lo primero, como todos saben, ha sucedido en Córdoba y aún no ha terminado: ayer se conoció la apertura de expedientes por parte del Banco de España a los dos últimos consejos de administración de Cajasur en los que figuraban varios miembros del Cabildo Catedralicio, uno de ellos actual obispo auxiliar de Bilbao.
Lo segundo lo he visto en un anuncio del programa de Antena 3 El Megaplayback, en el que aparece un cura revestido con su casulla invitando desde el presbiterio de su parroquia a la participación en el playback multitudinario que, como casi todos los esperpentos televisivos, se justifica con el "empleo comunitario" del premio. Seguimos viviendo en la España del Plácido de Berlanga. Lo único que ha cambiado es que aquella caridad hipócrita ha sido sustituida, como mandan los tiempos laicistas, por una solidaridad igualmente hipócrita. La cosa tiene hasta rancio aroma a televisión franquista, tipo Conozca usted España, al anunciar que "las cámaras darán a conocer las riquezas gastronómicas, folklóricas y paisajísticas que esconden todos los pueblos participantes".
Lo tercero, lo del cura internauta y calentón, ha sucedido en un pueblo de Valladolid, cuyo arzobispo ha apartado de forma provisional al párroco que enviaba besos virtuales a esa "preciosidad" que daba a su vida un sentido que por lo visto ni Dios, ni el servicio al altar y a los parroquianos lograban darle.
Lo de Cajasur es un residuo de los tiempos en los que el poder de la Iglesia iba más allá de lo espiritual y lo asistencial; lo del karaoke, con la debilidad ante los nuevos medios, el complejo de no parecer modernos y la errónea consideración de la Iglesia como una ONG, del sacerdocio como un simpático voluntariado y del ministerio como animación socio-cultural; y lo del internauta, con la debilidad de algunas vocaciones. La pena es que unos y otros proyectan una imagen falsa de la cotidiana y mayoritaria realidad eclesial. Aunque también avisan de la necesidad de abandonar antiguos vicios o corregir nuevas desviaciones.
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