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aNTONIO MONTERO ALCAIDE

Escritor

Sevilla insólita y acostumbrada

Hay razones para entender que Sevilla sea insólita? Francisco Morales Padrón, aunque nacido en Canarias, vivió 64 de sus 86 años en Sevilla. Este destacado americanista, estudioso observador de asuntos y temas sevillanos, pensaba que sí, que motivos hay de sobra para sostener una Sevilla insólita, con que puso título a un libro publicado en 1972. Necesario era, para ello, encontrar el nombre exacto de las cosas, tal como Juan Ramón Jiménez reclamaba poéticamente a la inteligencia. Y aunque Morales Padrón reconoce la "levedad científica" con que define el término "insólito", cierto es que afina la denotación para señalar, con ello, lo desacostumbrado. Esto es, la necesidad de distinguir lo insólito de lo curioso o lo extraño. Dado que resultan posibles cosas extrañas o curiosas para los sevillanos, pero no desacostumbradas. Razón por la que no serían sevillanamente insólitas, aunque con esta selección haya que tener cuidado; sobre todo, si el itinerario está guiado por la subjetividad.

En cualquier caso, "si nos saliéramos de los caminos habituales, si nos proyectásemos más allá del marco que va de la Puerta de Jerez a la Campana, tal vez encontrásemos cosas sorprendentes", espléndidas unas, penosas otras. Casi medio siglo transcurre desde que las páginas de Morales Padrón tomaron forma, pero muchas de sus declaradas impresiones no tienen desajuste en el postmoderno panorama de hogaño: "Con frecuencia parece que a la ciudad la hemos amancillado, la tenemos descuidada, la hemos profanado. Salgamos de las rutas habituales, acicaladas para turistas y tal vez comprobemos algo de esto. Y nos quedaríamos asombrados, contemplando preciosas y nuevas barriadas, obra de nuestra generación, y también negligencias, abandonos y destrozos en la singular, única, plural y vieja Sevilla". Descubrir la Sevilla insólita no resulta, por ello, una aventura hacia lo desconocido, sino el desacostumbrado ejercicio de conocer lo que está al lado.

Ya prácticamente desparecidos, pero no en el tiempo del libro, son los patios de vecinos, a los que la evocación, y un cierto romanticismo de añoranzas ambiguas, atribuye las bondades del apretado convivir. Acaso esas nostalgias del tiempo pasado que no se entrañan porque los días estuvieran tocados por lo mejor, sino sencillamente porque eran distintos y en esa diferencia late el reclamo del tiempo que se fue. Cuánto acierta Caballero Bonald al afirmar, con resulta claridad, que somos el tiempo que nos queda. Pues bien, Morales Padrón da cuenta de los populosos corrales sevillanos, administrados por los caseros; del designio y el abandono de su cuidada humildad -la "cultura de la pobreza"- por mor de la especulación; y de lo insólito, digámoslo así, de contar con un retrete común para casi veinticinco habitaciones familiares. Moradas de la Sevilla insólita y a la vez acostumbrada, según quien la observe o la viva.

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