Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La vía es (por ahora) andaluza
La situación de las ciudades que fueron poderosas y dejaron de serlo frente al turismo de masas es muy distinta de las que siguen siendo grandes en tamaño, poder económico e influencia política, casos de Londres o París. Sevilla, como Florencia o Venecia, está entre las que hace siglos fueron poderosas y en gran medida viven (o mueren: Venecia ha perdido en el último medio siglo más de 120.000 habitantes y ha bajado por primera en su historia de los 50.000) de exhibir las huellas de su glorioso pasado, en nuestro caso enriquecido por la leyenda, el folclore y el tipismo.
Se vive de lo que se vive. La turismofobia es una forma de morder la mano que da de comer. “Parece que molesta el turismo cuando hablamos de un sector que supone el 20% del PIB y es motor económico. Si somos dependientes del turismo, potenciemos otros sectores, pero no lo culpemos de los males”, ha dicho sobrado de razón Jorge Robles, presidente de la Asociación de Empresas Turísticas de Sevilla. Son las autoridades las que han hecho poco o nada para atenuar los efectos del turismo masivo dando licencias de bares, restaurantes, veladores, hoteles y pisos turísticos con la avidez de quien explota la gallina de los huevos de oro tan ávida y torpemente como el protagonista de la fábula que acabó matándola. Como han matado Santa Cruz, el barrio con más pisos turísticos de España, más plazas turísticas que habitantes y calles convertidas en comederos al aire libre. Y van por ese camino la Alfalfa, el Arenal y San Bartolomé.
La situación de Sevilla es la de Doña Tomasa, con fruición, va y alquila su mansión que el gran Escobar creó en 1959, dentro de su galería de personajes arruinados o pobres tan representativos de la España de los años 40 y 50 como el hambriento Carpanta, Petra “criada para todo”, Blasa “portera de su casa” y esta Doña Tomasa, una viuda venida a menos que se ve obligada a alquilar habitaciones a una curiosa galería de outsiders: el bohemio don Aristóteles, el contorsionista don Chicle, la pitonisa doña Sibilina, el marciano K3Q y la familia formada por Abelardo, Eloísa y el bebé Rosauro, que devora cuanto está a su alcance con su poderosa dentadura, que viven en el cuarto de baño. ¿Qué otra cosa podía hacer la viuda después que su difunto marido se llevara la llave de la despensa? Pues nosotros igual. Y con autoridades que gestionan la mansión peor que doña Tomasa.
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