Vencía el Cristo de Burgos

El Cristo de Burgos impuso a la música el silencio de su severa hechura y a la plena luz el eclipse de su serena muerte

02 de junio 2024 - 01:00

Cuando el 26 de noviembre de 1809, como hizo ayer, el Cristo de Burgos fue llevado a la Catedral en rogativa ante el avance de los invasores franceses, hacía 235 años que don Juan de Castañeda le había encargado la imagen a Juan Bautista Vázquez el Viejo para su capilla funeraria de la parroquia de San Pedro. El Cristo de Burgos no es solo la más antigua imagen documentada de nuestra Semana Santa, sino la que ha recibido ininterrumpidamente culto en la misma iglesia durante más tiempo: desde 1574 hasta hoy.

La hermandad vino después, mucho después, en 1883. Porque hay imágenes que nacen de las hermandades que las encargan y hermandades que nacen de una imagen preexistente como si cumplieran lo que San Pablo escribió de la Resurrección: “Primero Cristo, como primicia; después todos los que son de Cristo”. Primero fue el Cristo de Burgos; después, todos los que son de Él. Este todos incluye, como precursores de la hermandad, a cuantos desde 1574 le rezaron en la parroquia de San Pedro, a los vecinos y devotos que lo sacaron en rogativa en 1809, a don Francisco Gil y doña Narcisa Arias, el matrimonio de feligreses que le dio capilla propia a los pies de la torre de la parroquia en 1830, a los hermanos del Buen Fin que en 1888 lo adoptaron durante los años de su exilio de San Antonio de Padua dando origen a la actual hermandad y desde 1889 lo incorporaron al Miércoles Santo, y a quienes desde 1909, cuando los hermanos del Buen Fin recuperaron sus imágenes y regresaron a San Antonio, prosiguieron dando culto al antiguo, devoto y severo crucificado, padre y maestro de los crucificados sevillanos en la transición al Barroco que se anticipó en un año a la hechura del de la Expiración del Museo y en 38 años –Cristo de los Cálices de por medio en 1603– al del Calvario, tercer crucificado más antiguo documentado de nuestras hermandades.

Ayer el Cristo de Burgos imponía a la música el silencio de su severa hechura y a la plena luz del primer, caluroso, día de junio, el eclipse de su serena muerte. Ni el sol ni la música le estorbaban. La plenitud de la luz ponía más gloria a lo que se celebraba y la música, del extraordinario ¡Miradlo en la cruz! de David Hurtado al Miserere mei Deus de Eslava, evocaba el siglo XIX en el que nació su hermandad y Gutiérrez Reyes-Cano le dio su actual fisonomía. No, ni la luz ni la música le estorbaban. Pero Él las vencía.

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