Sobre la amistad

12 de agosto 2025 - 03:07

De raíz platónica, la ética de la virtud, que invita a los individuos a obrar no por obedecer reglas de comportamiento ni pensando en las consecuencias de sus actos, sino en atención a su propio carácter y naturaleza, hasta convertir el bien en hábito, fue desarrollada por Aristóteles en el primer tratado sistemático sobre la materia, la Ética a Nicómaco, una de esas cumbres de la filosofía que justifican la milenaria continuidad de la disciplina y el estrecho parentesco de la fatigada humanidad del siglo XXI –más que deuda, es identidad– con los pensadores que sentaron los fundamentos de nuestro mundo. Como la sabiduría, situada en el máximo de la escala de valores, la virtud se orienta a la felicidad que en la formulación del estagirita es un bien superior, no el objetivo interesado y mezquino que nos venden los manuales de autoayuda. Releemos los libros octavo y noveno de la Ética en la pulcra traducción de Eduardo Gil Bera para Acantilado: en su edición exenta, ambos conforman un hermoso opúsculo de apenas noventa páginas, titulado, claro, Sobre la amistad, que es la materia abordada por Aristóteles en unas reflexiones tantas veces glosadas –ya en la propia Antigüedad el no menos memorable De amicitia de Cicerón las seguía de cerca, aunque también bebiera de otras fuentes– que lo mejor es ir directamente a ellas, como el que recorre el estrato más antiguo de una excavación donde se han erigido ciudades sucesivas. La amistad es requisito imprescindible para la vida, comienza afirmando, pues nadie querría vivir sin amigos aun disfrutando de los demás bienes. Pero no sólo es necesaria, también es noble. Son dos de los presupuestos de los que parte su característica forma de razonamiento, pródiga en definiciones y matices clasificatorios, que no extraña que sirvieran para ordenar el conocimiento por espacio de largos siglos. El vínculo requiere de benevolencia y ofrece satisfacción mutua, pero en su expresión más alta necesita no sólo de la virtud, sino también del paso del tiempo, de modo que la afinidad se refuerce con la familiaridad y alcance el grado de lucidez suficiente para entender que la amistad, dice literalmente, consiste más en amar que en ser amado. No es una visión complaciente, dado que todo lo bueno exige. Lo que maravilla del planteamiento, en estos tiempos tan irreflexivos y emocionales, es el modo en que se abordan las razones del corazón, pues de amor se trata, a la clara luz de la inteligencia.

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