Otro artículo sobre el azahar

Manténgase alejado del artículo si sufre alergia al lirismo. En caso de duda consulte a su 'gongorinólogo'

04 de marzo 2022 - 01:46

Atención! Este es un artículo perfumado más, otro entre tantos, en el que una columnista borracha de azahar lucha contra sí misma para no colarse de lírica y acabar al filo del tópico. Manténgase alejado si sufre alergia al polen o al lirismo. En caso de duda, consulte a su gongorinólogo. Porque, con la que está cayendo en este mundo que nos ha tocado vivir, en el que hasta el más negado y negacionista puede ver clarito que no vamos por buen camino, abrirnos a la explosión del azahar nos da hasta cosica. "El mundo se derrumba mientras yo respiro bajo un naranjo", pienso, no sin culpa por sentir tanta dicha repentina.

No sé si alguna vez se han sentido afortunados por vivir en una ciudad donde el olor a azahar recorre, de forma tremendamente efímera y, por tanto, eterna, buena parte de sus calles. A mi entender, esto es un lujo. Sevilla tiene el tamaño suficiente como para apestar a lo que apestan las megalópolis, como para haber pillado ya ese tufo que nos golpea en las narices al descender por una boca de Metro o al pasear por las avenidas de Londres, Madrid o Bogotá. No estamos exentos del pestazo a tráfico o a adobo -que es nuestro curry ambiental-, ni de ese hedor que de vez en cuando abona los vientos. Tampoco en los siglos pasados debió de oler a gloria este lugar. Pero es llegar estos días, en los que marzo principia y lo va todo ensanchando, cuando un placer sensorial nos sorprende en plena calle, y no podemos evadirnos de él, de su disfrute -casi culpable, como decía- e incluso de presumir pesadamente del mismo. Sostengo que la alegría de notar este olor y ambiente debería vivirse íntimamente, en silencio, sin ponernos en medio con nuestra exaltación pedantona. Como pueden comprobar, incumplo en este artículo mi propia aseveración.

Las explicaciones en torno a por qué el árbol de Sevilla ha sido desde hace mucho el naranjo, con su festival de azahares cada marzo, son variadas: que si los marinos genoveses o los escoceses, que si la Sevilla andalusí, que si la Casa Real británica… Pero de veras la buena nueva es que hayan sobrevivido en sus alcorques, que no haya pasado por encima de ellos la manía urbanística de desarbolar el arbolado y desarrancarse la ciudad sus miembros vivos de buena sombra. Hace unos años visité por motivos de trabajo Krasnoyarsk, una importante ciudad de Siberia. De las muchísimas e impresionantes cosas que me sorprendieron del lugar, me quedo con los árboles que habían plantado en un paseo: eran de plástico. Otros no soportarían el clima siberiano. Despunta la flor del naranjo en Sevilla, algunos pétalos ya nievan, la temperatura concentra el olor, se anuncian lluvias. Comprendan mi dicha, y discúlpenme la lírica.

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