El asceta de la izquierda

15 de mayo 2025 - 03:08

Buena parte de la izquierda creyente ha sentido una fascinación sincera por José Mujica, ex presidente del Uruguay, fallecido anteayer en su chacra de los alrededores de Montevideo, donde vivió en una voluntaria y absoluta austeridad, propia de uno de esos eremitas que abandonaban las ciudades para sanarse de espíritu en el desierto. La fascinación alcanza el grado de veneración en el caso de la izquierda latinoamericana, que aún adora a los santos mártires que, como Mujica, fueron guerrilleros y presos, violento tupamaro en su juventud y víctima de las torturas de las dictaduras asociadas del Plan Cóndor. En definitiva, un asceta de la izquierda como lo fue el alcalde anarquista gaditano Fermín Salvochea, que entregó sus bienes y herencia a los pobres, o como el Jesucristo de la Teología de la Liberación, más cercano al Che Guevara que al Cristo paulino.

Pero más allá de los posicionamientos ideológicos, Pepe Mujica fue un hombre admirable por su ausencia de contradicciones, un tipo de una coherencia radical que no puede ser seguido –en todo caso, imitado– porque su comportamiento es ajeno al común de los mortales. Cuando enfermó de cáncer de esófago, el entonces presidente de Estados Unidos, Joe Biden, le telefoneó para ofrecerle el tratamiento en uno de los mejores hospitales de su país, pero Mujica rechazó la estancia porque entendía que debía ser asistido en un hospital público de Montevideo.

Pablo Iglesias, que es el paradigma de esa izquierda agitada que sueña con guerrilleros mártires que abandonan los gobiernos para seguir la lucha en otras selvas, lo ha despedido como “referente” en lo que es una muestra más de la santurrona hipocresía del chico de Galapagar que había criticado a los políticos que abandonaban sus chacras de Vallecas por viviendas más lujosas, que es a lo que aspira el resto de la humanidad.

Porque sin llegar a los extremos de Mujica, hay un dicho que debería ser tomado en consideración por los dirigentes de izquierdas y que en más de una ocasión se lo escuchamos a Alfredo Pérez Rubalcaba: si no vives como piensas, terminarás pensando como vives. No es un llamamiento al ascetismo ni al desprendimiento material, ni siquiera al enriquecimiento, sino a un nivel mínimo de coherencia para que los halagos, favores y oropeles de los poderosos no te terminen convirtiendo.

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