Las dos orillas
José Joaquín León
Una santidad sin altares
Es una fantástica reacción defensiva, casi de supervivencia, ignorar aquello que es posible hacerlo. Hay realidades relacionadas con la salud, el trabajo, las condiciones materiales de vida o las relaciones personales que no pueden ser ignoradas. Pero hay otras –afortunadamente muchas– que pueden ignorarse. No se trata de la táctica del avestruz: esto solo puede decirse cuando nos obstinamos en negar cuestiones que no pueden serlo, que exigen ser tenidas en cuenta y reaccionar ante ellas. De lo que se trata es de elegir, de seleccionar, de tener la capacidad de ignorar y de no participar opinativa, polémica o físicamente en lo que sea que nos disguste, ofenda o irrite. Pasan muchas, muchísimas cosas en nuestro entorno, algunas más interesantes, otras menos, que no podemos atender por falta de tiempo o de interés. Se publican muchos, muchísimos libros y se estrenan muchas, muchísimas películas que no leemos ni vemos, no por ignorancia, sino porque no nos interesan de acuerdo con las informaciones que tenemos. ¿Habrá canales televisivos funcionando las 24 horas? Pero solo vemos lo que queremos ver. La gama de elecciones que permite ignorar lo que no apetece, no gusta, no interesa o incluso disgusta es, afortunadamente, amplísima.
No se trata, repito, de ignorar cual avestruz, por miedo, lo que no puede ni debe ser ignorado (que además no se deja ignorar). Sino de aplicar dos sabios consejos no recuerdo de si de humanistas o de santos: uno recomienda tener fauces discretas y otro avisa de que esforzarse en vano es de necios. O de recurrir al “prefería no hacerlo” de Bartleby, el escribiente del prekafkiano cuento de Melville. Es una forma de resistencia pasiva ante lo que nos disgusta cuando no podemos cambiar las cosas. Mi padre, que tenía mucho ingenio para crear palabros, llamaba terriblotidas a los estériles sofocones de rostro enrojecido y vena gorda por minucias o por cosas más serias, pero contra las que nada puede hacerse y además no forman parte de nuestro mundo más familiar o íntimo. Hay cosas o situaciones ante las que podemos permitirnos hacer como los tres monos sabios de los budistas sin por ello ser insolidarios. Sobre todo, cuando lo que nos disgusta, irrita u ofende hace la felicidad de la mayoría. Quitarse de en medio cuando hay necesidad o sufrimiento es reprobable. Hacerlo cuando hay magnas fiestas y disfrutes es perfectamente legítimo.
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