La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Qué clase de presidente o qué clase de persona
Mi amiga, Yolanda, estuvo hace poco en Vietnam; mi amiga Inma, se dio un garbeo por Tailandia, país poco recomendable últimamente; Raquel y Carlos, se fueron a conocer las pirámides de Tenochtitlan, donde los aztecas tenían como especialidad los riñones al Jerez elaborados con los indígenas vecinos; mi hija Carmen y su pareja han estado el mes pasado por las umbrías costas de Bretaña. Indaguen ustedes un poco en sus amistades de Facebook e Instagram, verán a unos tomando una pinta en un pintoresco pub de un pueblecito irlandés o a otro comprándose un muñeco de Mazinger Z en un bazar de Tokio. En fin, el otro día me contaba el gran Pepelu Martínez que en Chipiona le habían preguntado dónde estaban los sevillanos. El caso es que las cifras cantan y la presencia de turismo regional en las costas de Cádiz, Huelva o en la misma Costa del Sol, ha disminuido palmariamente.
En los últimos tiempos se ha puesto de moda viajar cuanto más lejos mejor. La gente alega que si es una oportunidad en la vida, que si hay que conocer mundo… Mucha culpa la tienen las redes sociales, donde todo es un paraíso, fotos a tutiplén con fondos de playas con palmeras y atardeceres sobre el horizonte oceánico. Los jóvenes ya no se alquilan un piso en una playa cercana y, salvo los que conservan la casa familiar del veraneo de toda la vida, prefieren el extranjero. Lo llaman “democratización” de los viajes, en román paladino, auge de las líneas de bajo coste y de los Airbnb. Parejas jóvenes que prefieren tener para viajar y “experiencias” culturales y gastronómicas antes que tener hijos. En el lado opuesto del arco de edad, personas maduras solteras, divorciadas, que viven una nueva inquietud vital que raya la hiperactividad.
Hay gente para todo, no se vayan a creer que si van a cualquiera de nuestras magníficas playas andaluzas van a estar solos. Pero como digo, en todas partes hay personal, otro de los destinos de moda en los últimos años es el turismo rural. Casitas que respiren autenticidad serrana, con sus bichos volando en el jardín y fauna autóctona en las cercanías. Y la verdad es que es un gustazo meterse en el agua fría de pozo de esas albercas y arroyos serranos bajo la sombra de los árboles. Viaje con nosotros si quiere gozar, viaje con nosotros a mil y un lugar, que cantaba Gurruchaga.
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