La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El éxito en Sevilla
Asisto entre perplejo y divertido al combate en la cumbre televisiva entre Broncano y Pablo Motos. En la patria mía no se puede dar un paso sin que nos topemos con una microguerra civil. En esta ocasión, que no en muchas otras, me alineo con la tercera España, esa de la que todo el mundo termina abominando por tibia y melindrosa. El país degenera: de los duelos de Belmonte-Joselito a esta riña televisiva hay toda una distancia, la de la elegancia y la seriedad. En general, los programas de presentadores estrella cachondos y desenfadados me dan calambrazos. Para echar unas risas, como dicen los cursis al norte de Sierra Morena, prefiero colocarme una cinta VHS con lo mejor del gran Chiquito, el último dandi de nuestro humor. Con él todo era más inteligente y divertido. Apenas he visto alguna vez El Hormiguero –con resultados catastróficos– y el otro día no aguanté ni unos minutos con el tostón de Broncano. Pero al menos el primero no tiene ese tufillo progre que tan antipático resulta a una parte importante de la audiencia.
Pese a lo dicho, hay una cuestión importante que no se puede obviar. Lo de Motos no nos cuesta ni un céntimo a los contribuyentes, mientras que una parte importante del sueldo de Broncano recae sobre nuestras chepas de contribuyente. No solo somos bueyes arando para el Estado, sino que además se nos ha montado en el yugo este cómico que, pese a ser más bien canijo, pesa como un Buda de oro. Uno comprende que hay que pagar impuestos –aunque no me produzca ningún placer hacerlo–, porque hay que sufragar la sanidad, la educación, la defensa, los gastos de Sánchez y señora, las escoltas de Puigdemont, las presuntas putas de Ábalos, la descolonización de los museos y todas esas cosas que hacen que seamos una democracia grande y próspera... pero lo de Broncano creo humildemente que es demasiado. Sobre todo porque ese dinero desperdiciado en chistes partidistas podría destinarse a convertir TVE en un servicio público de calidad, independiente del poder político, una de las grandes asignaturas pendientes desde san Adolfo Suárez.
Broncano tiene todo el derecho a hacer humor “comprometido, politizado y solidario”, que suelen ser los eufemismos con los que cierta izquierda mediático-cultureta tapa sus tejemanejes e intereses. Es más, a la democracia le viene bien que lo haga. También a enriquecerse y a vivir como un maharajá. Pero debería hacerlo con dinero privado, sin parasitar un ente público que está obligado a la neutralidad, aunque históricamente ha sido y sigue siendo la voz de su amo. Ahora más que nunca.
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