
Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Saber irse
El conocimiento de los oscuros años en los que Emil Cioran, futuro autor de obras maestras como El aciago demiurgo, cedió a la fatal seducción del fascismo y ejerció como notorio abanderado de esa ideología en su país de origen, empezó a trascender a comienzos de los ochenta, al principio de manera tímida y después, sobre todo tras su muerte a mediados de la década siguiente, con la fuerza de las evidencias indiscutibles. Se puso entonces de manifiesto que la inequívoca militancia del joven activista –ya escritor en su lengua natal, en la que había colmado de elogios tanto a Hitler como a Mussolini y a su émulo el líder de la Guardia de Hierro, Corneliu Codreanu, asumiendo el ideario ultranacionalista y antisemita de sus admirados referentes– no había sido un mero desliz ni un episodio pasajero, pues se extendió por espacio de casi una década, la de anteguerra, y puede rastrearse en cartas, artículos y libros, entre los que el titulado La transfiguración de Rumanía (1936) proponía todo un programa para la revolución nacional. Este pasado oculto, previo al exilio parisino y a la adopción del francés como lengua literaria, es ya bien conocido, pero el reciente Cioran antes de Cioran de Vincent Piednoir –publicado entre nosotros por Ediciones del Subsuelo, cuando se cumplen treinta años de su fallecimiento– lo clarifica al enmarcarlo entre la época de formación y la posterior a 1941 en la que el pensador renació, sin confesar abiertamente sus pecados de juventud, y se consagró como una de las mentes más lúcidas del siglo. No fue el único y entre los antiguos camaradas, además de Vintila Horia, que rehízo su vida en la España franquista, se cuenta su maestro el gran historiador de las religiones Mircea Eliade, también próximo en su día a los camisas verdes de Codreanu. Siempre renuente a tratar de su etapa rumana, Cioran, constata Piednoir, vivió entre la vergüenza y el temor a que se redescubrieran sus escritos más exaltados, un tiempo perdidos por el aislamiento del país latino durante la desquiciada dictadura comunista. Es tentador interpretar el proverbial nihilismo del autor, su descarnada desconfianza respecto a la condición humana, como una reacción a los excesos verbales e ideológicos de su prehistoria literaria, pero Piednoir no deja de señalar una conexión subterránea entre los dos hombres que fueron Cioran: el loco y el sabio, sugiriendo que el segundo –un raro moralista con algo de sabio loco– tal vez no habría surgido sin la experiencia del primero. La historia, en todo caso, no tiene moraleja: sus libros de madurez son cumbres y pensar que nacieron en parte del remordimiento no les quita ni les da grandeza.
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