El Currinche

Íñigo / Ybarra /

El compañero

23 de noviembre 2015 - 01:00

Aprincipios de septiembre, por motivos ajenos a la voluntad del Currinche aunque causados por su falta de la misma, fue amablemente invitado a pasar unos días en la residencia sanitaria Virgen de Valme. La morada se encontraba bien acondicionado y atendida; limpiadoras descaradas y divertidas; auxiliares abnegadas, enfermeras hábiles y preparadas; y un experto equipo médico que suplía con entrega los cacareados recortes. Lo cierto es que no se estaba nada mal allí. El aposento que le tocó en suerte estaba acondicionado para dos huéspedes. No era muy amplio que digamos, pero reparando en lo económico de su disfrute resultaba sobrado.

El compañero del Currinche era un joven tatuado desde la cerviz al corvejón. Sentado a horcajadas en la cama parecía ensimismado en un programa televisivo de cotilleos en tanto su madre no apartaba los ojo de él y la novia del mismo de la suegra; se notaba en el ambiente cierta fiscalización familiar. Sobre la cabecera de su cama resaltaba un letrero idéntico al colgado en la otra: "Dieta blanda sin sal". Pero al llegar el almuerzo el joven apartó la bandeja entregada por la auxiliar, dejó de mirar la tele y animó a su madre a abrir el bolso. Aquello parecía el capacho de Mary Poppins; salió de su interior una tortilla de patatas de cuatro o cinco huevos, la fiambrera con medio kilo de ensaladilla, el papelón de jamón serrano con su bollo candeal, un artístico salero, dos tigretones y medio litro de zumo de piña. Y el joven se puso a comer. ¡Qué manera de engullir! Un espectáculo dantesco verlo tragar sin respiro. En el fondo la familia se encontraba animada porque esperaba recibir el alta de un momento a otro, y ya la madre comentaba lo que prepararía de cenar, dudando entre puchero con todos sus avíos o chuletones ibérico enterrados en patatas fritas. En esto se presentó la doctora que atendía al joven, detalló la retahíla de enfermedades descartadas gracias a las pruebas practicadas y señaló la necesidad de hacer un último estudio pero que habría que aguardar al lunes para realizarlo. La familia quedó en silencio, aguardó la salida de la doctora, y el joven sentenció: "Mamá, recoge mis cosas que nos vamos". "¿Sin el alta?". "¡Ni alta ni leche, que nos vamos he dicho!". "Bueno, si tu crees que será lo mejor".

Y el Currinche quedó sin compañero de cuarto entretenido en sopesar los imponderables de la vida.

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