Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Borra, borra eso
La aldaba
Forma parte de esa aristocracia de la alegría, de los escogidos a los que les ha sido concedido el don del buen humor, la capacidad para sonreír cada mañana y hacer que los demás disfruten de unos instantes agradables. Hay gente que encarna a la perfección el júbilo de vivir o, cuando menos, la buena educación de no generar toxinas, ni fomentar el trajín de chismes. Y lo hacen de una forma natural que solo corresponde a los seres auténticos. Susana es la alegría matinal de la calle Sierpes, en esa esquina con Cerrajería que huele a juncia y romero un jueves del año. Allí canta con entusiasmo los cupones con diferentes valoraciones. De lunes a jueves ofrece los que se despachan a dos euros: “¡Para darse un capricho, para darse un capricho!”. Y en ese puesto hemos visto comprar los boletos de la ONCE a gente de muy diversa condición: políticos, profesores, pensionistas o empresarios en una calle donde cada vez hay menos negocios locales, pero donde todavía quedan la elegante zapatería de Nicolás, los calentitos del Catunambú, los clubes privados y el Casino Militar, el bar más escondido y concurrido del centro (El Pica) y los remates en los extremos: el Robles Laredo en el Sur y la Campana en el Norte. La lista de negocios propios caídos en los últimos 25 años es mejor no recordarla. Susana con su puesto y su alegría humaniza una calle con cada vez más déficit de sevillanía. Cuando se acercan los viernes de los cupones a tres euros, cambia la cantinela para lograr más impacto sin necesidad de asesores de publicidad: “¡Tengo los del viernes, los del viernes! ¡Pa el desmadre, pa el desmadre!”. Y después pregona los cupones de los días posteriores: “¡Para irse una semanita a un balneario para recuperarse del desmadre!”. Y así pasa la vida de Susana y de los viandantes de una calle decadente y cada vez más despersonalizada, pero que mantiene la fuerza de un nombre reconocido fuera de la ciudad: Sierpes.
Susana recibe hasta las quejas de los jugadores no agraciados, a los que ofrece una rápida explicación: “No le ha tocado porque en su casa lo quieren a usted mucho y mejor que no se desmadre”. Habilidad se llama. Siempre positiva sin necesidad de un motivador a sueldo, siempre dispuesta a dar alegría, siempre con la vitalidad traída de casa. Un día nos contó un dato que nos esponjó la mirada: “Yo trabajé en un periódico hace muchos años”. Ella es un desmadre natural de alegría y buen humor en una sociedad crispada que tasa los minutos que dedica a oír las penas del prójimo. Vende cupones para hacer más cómoda la vida de unos ilusos jugadores, cuando es su carácter la mejor lección y el premio gordo que siempre toca.
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