
Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Binomio maldito
La aldaba
A esta hora no debe quedar un presidente de comunidad de vecinos sin dar su mensaje de Navidad o de Fin de Año, en función de si se prefiere la fecha del Rey o la que puso de moda un tal Francisco Franco. España es un país de porteras, dijo Miguel Boyer en los años ochenta. Cuarenta años después hemos progresado muchísimo. España es un país de pequeños jefes de Estado que al frente de entidades y asociaciones varias te sueltan una declaración de intenciones con toda solemnidad a cuenta de las pascuas. No nos referimos ya a los presidentes de comunidades autónomas, pues Andalucía es más extensa que la propia Portugal. En su día todo el mundo aprendió a difundir comunicados oficiales, a tener un portavoz a la mínima oportunidad de darse lustre, o a anunciar “oficialmente” decisiones muy variopintas. ¡Con qué solemnidad hablamos al anunciar la paternidad, la aprobación de unas oposiciones, el divorcio o la convocatoria de una fiesta! Es curioso cómo sigue imperando la fórmula “en el día de hoy” del último parte oficial de la Guerra Civil. Los terapeutas a sueldo deben estar recomendando a sus pacientes cosas de este tipo:“Usted no se intranquilice, haga un mensaje de Navidad donde suelte todo lo bueno que lleva dentro y lo publica en las redes sociales.Felicite, sonría y muéstrese al mundo como es”. El mundo, claro, son una docena de partidarios. Pero lo a gusto que se queda el tipo no tiene precio. O la tipa. Ni un español sin pan, ni un ciudadano pro-activo sin dar su propio mensaje de Navidad. Lo más chic es contar con un gestor de redes sociales, el community manager que ayude a que el vídeo llegue a todos los destinos deseados. Tonto el que no pronuncie su mensaje, señal de que no es absolutamente nadie.
Hemos pasado del síndrome de Carpanta, por el que se publican las cenas opíparas y las botellas de carbónico francés que han sido descorchadas, a los mensajes navideños de mindundis con fondo institucionalizado. El Príncipe Felipe se fue a estudiar el COU en Canadá en aquellos ochenta. Activó la moda de “enviar” al niño al extranjero para que los papás y las mamás –sobre todo los de clases medias pretenciosas– nos den la tabarra sobre los colegios de Irlanda donde, al final, sus pupilos se juntan con otros españoles y se lo pasan bomba, mientras los progenitores están la mar de tranquilos un curso. La Casa Real es pionera en la instauración de nuevos usos sociales. Ahora estamos con los mensajes y las fotos laicas de la familia. Por cierto, el Belén exhibido en el Palacio Real durante el mensaje por excelencia debía ser minimalista, ¿no? Se veía tan pequeño... O quizás es que el Palacio era y es muy grande, claro.
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