
La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La Sevilla desahogada
No haremos una hagiografía de Manuel Fraga Iribarne. No hace falta. Baste con decir que fue el hombre que llevó a la derecha española (no confundir con el franquismo sociológico) a la democracia. Suárez hizo lo mismo con los burócratas del Movimiento (que no era lo mismo que la derecha), Santiago Carrillo con los comunistas y Felipe González con el PSOE. Todos cargan con algunos cadáveres a la espalda (reales y figurados), pero todos fueron piezas claves –junto a muchas otras– para que España caminase el difícil sendero que llevó a la Constitución de 1978, la que sigue siendo la casa común de todos, pese a las goteras y los ocupas.
De Fraga se ha dicho que fue el último político del siglo XIX. Y no está mal visto. En su retórica de prócer, su cultura mastodóntica, su ímpetu autoritario y su procedencia periférica había mucho de hijo del canovismo. Como tantos políticos de su época, empezó en el Movimiento y acabó siendo el defensor de una democracia de orden. Su experiencia como embajador en el Reino Unido en el tardofranquismo fue decisiva y tuvo algo de Churchill a la gallega, si es que tan extraña quimera fuese posible. Como fundador de Alianza Popular supo comprender el signo de los tiempos, pero sus limitaciones y su pasado como ministro de la dictadura le marcaron un techo que lo inhabilitaron para llevar a la derecha a los verdes prados del poder ya en democracia. Eso le correspondió a Aznar, un castellano ceñudo, ambicioso e inteligente.
Como ya sabrán, recientemente un puñado de concejales del BNG y del PSOE del pueblo coruñés de Cariño (no es ironía) han decidido quitar el nombre de Manuel Fraga a una avenida. Son los tiempos que nos ha tocado vivir, los de la mezquindad y la desmemoria democrática. Solo los despistados no saben que hace tiempo que se puso en marcha en España una amplia operación de limpieza ideológica bajo la noble excusa de la rehabilitación de las víctimas de la dictadura. Un franquismo a la inversa. Ya no se trata de cancelar a un escritor falangista o a un mártir requeté, sino a todo un padre de la Constitución de 1978, al fundador del partido de referencia del centro-derecha español.
Pero lo más sorprendente es que Cariño está gobernando por un PP cuyos ediles se abstuvieron, lo que demuestra una vez más los muchos complejos ideológicos y falta de coraje intelectual de este partido. Es llamativo ver la mansedumbre con la que algunos semovientes avanzan hacia el matadero político.
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