La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Asunción es la aldea de los galos contra el turismo invasor
DIEZ de la noche de ayer y en el estadio Benito Villamarín no se escucha ni una voz, el silencio es absoluto y nada tiene que ver con lo que allí debería haber estado sucediendo y que, entre unos y otros, nos privaron de disfrutar a quienes gozamos con el fútbol. Nada más lejos de la intención de quien esto suscribe que deslegitimar esta huelga convocada por un gremio que en muchos casos ni siquiera se ha enterado de las razones para hacerlo. Los futbolistas tienen motivos para plantarse, para decir hasta aquí hemos llegado por esa cultura generalizada del impago que ya funcionaba en otras profesiones y que ahora ha invadido al balompié a través de diferentes vías.
Hasta ahí todo el respeto, pues, hacia esos futbolistas a los que algunos les dicen que deben luchar por lo que les pertenece, pero ese respeto concluye cuando empiezan a aparecer sandeces en boca de algunos de sus dirigentes sindicales. A saber, las jornadas que se pierdan no se podrán jugar porque eso iría contra el derecho a la huelga consagrado por la Constitución. Y hasta se produce una respuesta tibia por parte de ese Astiazarán al que en San Sebastián recuerdan por arruinar a la Real Sociedad y que ahora saca pingües beneficios de su cargo al frente de la patronal.
Basta, sin embargo, con buscar ejemplos pueriles, igual que quienes evocaban esos derechos a la huelga, para desmontar el argumento. ¿Imaginan un edificio de cinco plantas sin ladrillos en la segunda de ellas porque ese día hubo huelga de la construcción? ¿O una autovía sin asfalto entre el kilómetro 50 y 60 porque coincidió con el paro? ¿O un enfermo que no puede ser operado de cualquier patología porque le correspondía el turno en la jornada de protesta de la sanidad? Pues cómo no se va a jugar la primera jornada, la segunda o las que sean. Como si los clubes, la patronal, deciden que no hay más entrenamientos y sí partidos todos los días de la semana...
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