La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

¿Quién ha hundido Cataluña?

Los catalanes deben tener claro quiénes han lastrado su tierra, quiénes han laminado aquel espíritu aperturista de 1992 Caracoles libres de humo gracias al presidente Zapatero Arrepiéntete y cree en el sanchismo, Pepote

El entonces príncipe de Asturias en la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de 1992.

El entonces príncipe de Asturias en la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de 1992. / M. G. (Barcelona)

Los catalanes tienen mañana una gran responsabilidad: decidir si avalan en las urnas a un delincuente, chantajista y prófugo, alguien que se escapó en el maletero de un coche y que tuvo claro desde el principio, como buen cobardón, que no daría la cara. El voto es tan libre como las conclusiones que habremos de sacar mañana por la noche. Los catalanes han de pronunciarse sobre si quieren una región lastrada por el nacionalismo separatista, con cada vez menos grandes empresas domiciliadas en la tierra y también con cada vez peores resultados escolares. Si el nacionalismo siempre empobrece, más aún en un mundo globalizado. Los catalanes tienen que mirar al pasado, al menos a los años ochenta en que Cataluña se preparó para el gran acontecimiento de los Juegos Olímpicos de Barcelona. Han de preguntarse si hoy sería posible repetir aquel proyecto de Estado, si hoy se dan algunas de las condiciones que entonces hicieron posible el acontecimiento. Y de quién es la culpa de que ahora mismo Barcelona no sea la gran ciudad abierta a España, Europa y el mundo. Entre una y otra acera del separatismo han laminado el espíritu del 92, han cercenado las enormes posibilidades de una región que reunía todas las condiciones para seguir el camino de prosperidad potenciado aquellos años.

Nadie se cree el cuento de la España que roba o que ejerce un peso opresor contra los catalanes por medio de la todopoderosa maquinaria del Estado. El nacionalismo separatista solo quiere provocar ruido y más ruido, crear problemas donde no los hay para justificar su papel, cultivar el odio hacia España para que se mantenga el factor vertebrador del enemigo común y, por supuesto, poner el contador a cero cuanto antes (indultos, reforma a la carta del Código Penal, amnistía y cesiones de competencias) para volver a empezar. El nacionalismo separatista vive de la reivindicación que deriva en bochinche cuando es necesario y de no estar nunca saciado. En sus fauces groseras y descaradas siempre hay lugar para la gula. Es como el cubo de ropa sucia donde siempre cabe una prenda más, una exigencia más, un agravio más. La pena es que los catalanes dieron una victoria clara a Ciudadanos en las autonómicas de 2018, pero la política personalista (que rima con cesarista) de aquella formación dio al traste con la senda constitucionalista. Albert Rivera jugó muy mal las cartas. Aquella fue una oportunidad preciosa. Ciudadanos es hoy un solar. Cataluña debe votar mañana recordando la grandeza perdida del 92.

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