El Poliedro
Tacho Rufino
¡No hija, no!
En estos últimos días, la poeta Julia Uceda buscaba a su perro Bilbo. “Bilbo, ¿quién eres? Tuvimos un perro muy querido con ese nombre, pero desapareció. Si eres persona, dime quién te ha dado ese nombre”. Así eran los mensajes que nos llegaban a los amigos que estábamos en alguno de sus grupos de Whatsapp. Ni siquiera sabíamos si Bilbo era un perro real o era un ensueño o era una de esas misteriosas presencias metafísicas que habitaban los poemas de Julia Uceda, pero nosotros también nos poníamos a buscar a Bilbo porque así nos lo había pedido nuestra amiga. “Bilbo, ¿eres tú? ¿Dónde estás? ¿Por qué te has ido? Responde, Bilbo, responde”. Julia Uceda tenía 98 años y su mente estaba –por desgracia para los que la admirábamos– ya muy deteriorada, pero ella seguía buscando a Bilbo como si fuera una chiquilla que acabase de abrir una cuenta en Instagram. Y esos breves mensajes que nos llegaban por whatsapp eran tan bellos –y tan enigmáticos– como muchos de sus poemas. En cierta forma, Julia Uceda ya nos hablaba desde un tiempo más allá del tiempo, en ese lugar casi inconcebible –ella lo llamaba Zona desconocida donde los perros eran personas y sabían hablar con los humanos en un lenguaje que no estaba hecho de palabras ni de gestos, sino de otra cosa indefinible que ya no formaba parte de este mundo.
Julia Uceda era una de las más grandes poetas de nuestra época. Cuando alguien repite esa bobada de que la poesía femenina carece de profundidad y carece de pensamiento, bastaría citar un solo poema de Julia Uceda para desmentir en un segundo toda esta clase de estupideces. En la poesía de Julia Uceda había pensamiento, había belleza y había misterio. Ya sabemos que la gente no suele leer poesía porque la considera aburrida o inútil o incomprensible –peor para la gente–, pero la poesía de Julia Uceda no tenía nada de aburrida ni incomprensible. Estaba tan viva como el perro Bilbo, que nunca sabemos si existió o fue una invocación a las fuerzas de la naturaleza como las que hacían los chamanes de la prehistoria o las sacerdotisas de Mesopotamia que escribían himnos a la luna hace cuatro mil años.
Ahora acaba de morir Julia Uceda. Su vida fue muy larga –casi un siglo–, y una gran parte de ella discurrió muy lejos de su Sevilla natal. Allá donde esté, estoy seguro de que al fin habrá encontrado a Bilbo.
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