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La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

Esta luz de Sevilla

Somos de bullla, de dejarnos llevar, de dar vueltas y vueltas, de un hermoso desorden para buscar el atajo hacia la luz El acierto del alcalde Oseluí La ruta del colesterol y la orilla de los cachivaches

La Giralda.

La Giralda. / M. G.

Los cuerpos se ahorman en estos días de luz alegre que se estira. Por fin nos reconocemos a nosotros mismos, nos reencontramos con sensaciones, ambientes y atmósferas que son nuestra identidad. La luz para nosotros lo es todo. La vida, la jovialidad, el gozo, la sonrisa, el rompeolas de la nostalgia, la protección frente a la amenaza de la melancolía. Viene la luz, nos baña, nos cubre, nos pone al punto de nuestra mejor versión. Somos de luz, no de chimenea. Somos de bulla, de alternar, de mezclarnos en un hermoso desorden, de triple fila, de buscar atajos, de vivaquear, de dar vueltas y vueltas para dejarnos llevar... por la luz. Podemos disfrutar de la soledad elegida, provisional y de hogar, pero somos de calle. Nuestra gloria está en la calle, en mesas altas, en ventanas que son barras, junto a la puerta de una taberna mínima, al paso por el postiguillo de un templo que despide esencia de incienso de carbones apagados la noche anterior, de naranjos a reventar de belleza de botones blancos en esas calles de Nervión o del Tardón que piden cristos vivos. Somos de calle porque somos de luz. Sin luz estaríamos condenados a una pena negra, una tristeza, una muerte en vida. Nosotros no soportamos que la noche nos abrace a la hora del café. Esas tardes nos quedamos con el ánimo a la altura de la zapata trianera.

Podemos soportar el vacío y la lluvia, la ausencia y el trueno, el ruido y las prisas, pero no la oscuridad sobrevenida de eco de ladrido de perro, comercios despoblados y paradas del autobús donde nadie espera porque todos ya se fueron. Una ciudad de tardes cortas como los inviernos de Sevilla no ve la hora de hallar la rendija de la esperanza en un tiempo mejor y que se desea largo. Esta luz que viene, que ya ronea sin entregarse del todo, es el mejor cartel, el mejor pregón y el mejor heraldo. Nos evade de la carraca cotidiana del triste mundo donde vivimos. Somos unos privilegiados porque esta luz limpia tiene poco que ver con lo que cuenta un telediario. Pareciéramos unos elegidos por disfrutar de un tesoro que dura meses, que nos resucita, nos eleva los corazones, nos levanta el espíritu, nos enciende el ánimo. La luz es la base de nuestra belleza. Nos buscan por la luz, nos envidian por ella. Como dijo un sevillano en el inicio de una primavera: “Qué pena me va a dar morirme con las pedazos de tardes luminosas que ahora vienen”. La luz es la vida. Nuestra vida. Y después, todo lo demás.

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