Maravilla

14 de agosto 2025 - 03:07

Es su nombre, aunque todos lo apocopan y la conocen como Mavi. Nació en un pueblo de la meseta norte, un pueblo frío en invierno, pequeño, con pocos habitantes y menos futuro. Joven, se marchó a Madrid para buscarse la vida, y por la capital anduvo arrimando el hombro en su casa hasta que la familia puso rumbo a Valencia, donde recalaron sus hermanas y han hecho vida, hasta hoy. Ella, no. No se marchó al Levante porque para cuando les llegó el momento de hacer las maletas nuevamente y reiniciarse a orillas del Mediterráneo, ella ya se había enamorado. Se casó, se quedó atrás, y hasta la fecha, junto a su marido, Anand, alto, de pelo blanco, con sus tres idiomas y sus vidas pasadas. Él es de la India, pero emigró a Estados Unidos y desde allí, a España, donde conoció a Mavi. Llevan juntos más de cuarenta años. Y he conocido a pocas personas que, después de tanto tiempo, sigan tan enamoradas. Los ves mirarse y te planteas si no hay cámaras cerca, y directores, y guionistas, iluminadores y ayudantes de producción. Parece una película. Pero es real. Abrieron un vídeo club en los ochenta, pero al negocio se lo comió la vida moderna, internet, y lo tuvieron que reconvertir a una cafetería cuando llegó el euro. Y ahí siguen, en turnos partidos. Ella cocina como los ángeles. Él es un manitas. Tienen una hija hermosísima, que ha sacado lo mejor de cada uno y que va para treintañera, educada y trabajadora. Mavi abre a las siete de la mañana. Anand le toma el relevo a las cuatro de la tarde y extiende la jornada hasta más allá de la medianoche. Os veis poco, les digo. Tan sólo cuando cierran, el domingo por la tarde. Pero soñamos juntos, me responden. Y se siguen mirando con un amor que no hay poetas capaces de cantar. Aspiran a jubilarse de aquí a un par de años, porque de momento no les salen las cuentas, con lo poco que les quedaría de pensión. Llevan pagando toda la vida, esforzados, sacando horas para verse. Pero a mí me siguen pareciendo dos adolescentes que empezaron su relación la semana pasada. La llaman Mavi, pero cuando los veo a ambos juntos, pienso que la Maravilla, en mayúscula, es que estas dos personas sigan en pie frente al mundo, y que se sigan besando de esa manera cuando se turnan, siempre a las cuatro de la tarde, la hora más feliz para ellos.

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